¿Qué significa “existir” en la época de la Red?

Antonio Spadaro, director de La Civiltà CattolicaANTONIO SPADARO | Director de La Civiltà Cattolica

“Nos damos cuenta de que ya existimos en la Red. Una parte de nuestra vida es digital. Por tanto, también una parte de nuestra vida de fe es digital…”.

¿Cómo se puede vivir bien en la época de la Red? Para entenderlo, hay que verificar cuáles son las transformaciones que los medios de comunicación sociales realizan en nuestra vida a un nivel profundo. La primera transformación consiste en el propio significado de existir. ¿Quiénes somos cuando estamos presentes y comunicamos en la Red?

Nuestra vida está ahí, en las fotografías y en los pensamientos que compartimos, ahí están nuestros amigos. Nosotros, en cierto modo, “estamos” en la Red, una parte de nuestra vida está ahí. Esta, es cierto, no es un simple producto de la consciencia o una imagen de la mente, pero tampoco es una realidad objetiva ordinaria, debido a que existe solamente cuando interactúo.

Nos damos cuenta de que ya existimos en la Red. Una parte de nuestra vida es digital. Por tanto, también una parte de nuestra vida de fe es digital, ya que vive en el ambiente digital.

Uno de mis estudiantes africanos de la Pontificia Universidad Gregoriana me dijo una vez: “Yo quiero a mi ordenador porque dentro de él están todos mis amigos”. Es verdad: dentro de su ordenador está Facebook, Skype, Twitter… Todos ellos modos para estar en contacto con sus lejanos amigos. Su “comunidad” de referencia es real gracias a la Red.

El auténtico núcleo problemático de la cuestión que estamos afrontando viene dado por el hecho de que la existencia “virtual” parece configurarse con un estatuto ontológico incierto: prescinde de la presencia física, pero ofrece una forma, a veces también vívida, de presencia social. Esta, es cierto, no es un simple producto de la conciencia, una imagen de la mente, pero tampoco es una res extensa, una realidad objetiva ordinaria, también porque existe solo cuando se produce la interacción.

Se abre delante de nosotros un mundo “intermediario”, cuya ontología debería ser investigada mejor.

En el nº 2.849 de Vida Nueva.

Compartir