Puntualizaciones de un diácono

(Andreu Carrió i Català– Mallorca) Desde mi experiencia de 18 años como diácono, quiero manifestar mi discrepancia con las afirmaciones del profesor Josep-Ignasi Saranyara en su artículo sobre el diaconado (VN, nº 2.707), aunque también me parece exagerado afirmar que el diácono “genera polémica”, como dice la entradilla de esos ‘Enfoques’:

1º. La “polémica” casi siempre viene del mismo “lugar”: un sector del presbiterado. Si el P. Saranyara, con sus palabras, describe su corazón, es porque no conoce el diaconado ni a los diáconos, no entiende ni está atento a los “signos” de los tiempos, no confía demasiado en el Espíritu Santo, además de llevar una pesada carga de clericalismo y de célibe en estado superior a los demás bautizados.

2º. El sacramento del orden no se administra en función a su categoría e importancia, sino que su razón de ser es el servicio a la iglesia de Cristo. Ningún ministerio es más importante que otro. El oficio de ministro (servidor) es servir como obispo, presbítero, diácono, acólito, lector, catequista… Lo que pasa es que algunos aún confunden la misión evangélica de servir con el poder.

Con toda intención, une muchísimo más al ministro presbítero al obispo que al ministro diácono, cuando es falso: presbíteros y diáconos son colaboradores del obispo, que tiene la plenitud del ministerio ordenado. Si los obispos pudieran abarcar toda la labor pastoral no existiríamos como diáconos o presbíteros.

Conozco a la mayoría de los 300 diáconos que hay en España. Y no son causa de ninguna polémica; simplemente choca conocer a un clérigo casado, o hay una curiosidad inicial para entender “eso” de los diáconos, su historia personal, etc.

Plantea serios interrogantes teológicos, afirma. Hay un sector de teólogos que sí que los plantea. Esos mismos interrogantes se aplican al ministerio episcopal, ya que entienden el ministerio ordenado desde la mentalidad de un clérigo célibe (no lo digo con ánimo de ofender) que ha recibido su formación de aquél que se identifica con una casta de “elegidos”, de “privilegiados” y que al final concibe a los demás bautizados como cristianos de segunda.

Hace referencia a las diaconisas. Sería un inmenso bien del Espíritu Santo la ordenación de mujeres para el diaconado. Como lo fue en los primeros siglos de su historia, cuando ejercían en igualdad de condiciones que los diáconos.

Creo que en su artículo sobra una palabra. Dice: “El Vaticano II autorizó… hombres de edad madura AUNQUE estén casados…”. Ese “aunque” suena peyorativo, a un mal menor, a no queda más remedio. Tampoco veo esa “obviedad” que usted adjudica a san Pablo de que el ministerio ordenado debe ser varón.

No entraré en discusiones teológicas porque creo que no hay ninguna. La única aceptable es por razón normativa, que a lo largo de la historia ha sido y será cambiante. También pienso que es del todo intencionado, exagerado y no hace honor a la verdad, afirmar: “… pero además vistiendo muchas veces un clergyman impecable paseando del brazo de su mujer”. En Mallorca nunca he visto a un diácono con alzacuellos. Tenemos todo el derecho de usarlo, pero también más sentido común (en general) de vestirnos como los demás católicos. El diaconado se ha restablecido para “sumar” y no para restar nada, no es un peligro ni para las vocaciones sacerdotales ni para ninguna otra, y ayuda a definir la función y el oficio del presbítero. El sacerdocio no ha faltado nunca, ni va a faltar; primará un modelo u otro de sacerdote, pero de lo que estoy seguro es de que el Espíritu Santo trabaja muy duro para el sacerdocio.

Igualmente, es intencionada su afirmación de que “se podría pervertir el modelo genuino y original de la Iglesia”. ¿Qué modelo? ¿El que marcó la historia de la Iglesia del siglo I al XV o el modelo actual, que no rige en toda la Iglesia, pues los católicos de rito oriental no están sujetos a la norma? Para acabar, quiero decir que la Iglesia, como tal, ya le ha dado su papel al diaconado, ministro de la Caridad, de la Palabra y de la Liturgia, y el acento debe ponerlo con la misma intensidad en los tres aspectos por los que ha sido ordenado. El diácono tiene perfectamente definido su campo de servicio: es el lugar, o sitio, al que es enviado por su obispo, ni más ni menos.

En el nº 2.718 de Vida Nueva.

Compartir