Por una Iglesia joven e ilusionada

recorrido en jeep por las calles de Río de Janeiro

recorrido en jeep por las calles de Río de Janeiro

JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | El papa Francisco está en Brasil, celebrando, junto a millares de jóvenes procedentes de todo el mundo, la Jornada Mundial de la Juventud. Vuelve al continente de la esperanza, a su tierra y con su gente. Y vuelve como sucesor de Pedro, como obispo de Roma, para confirmar en la fe a quienes allí se reúnen.

Vuelve también a Aparecida, el santuario mariano que se ha convertido en símbolo de las Iglesias de América Latina y El Caribe desde que, hace unos años, el papa Benedicto XVI convocara y asistiera a la V Asamblea Nacional del CELAM, apuntalando allí muchos de los aspectos urgentes hoy para aquellas Iglesias que viven y trabajan en condiciones difíciles, pero con una fuerza realmente nueva.

De aquella Asamblea emanó un documento en el que muchos expertos ven la mano del entonces cardenal Bergoglio y ya hay quienes dicen que para conocer su programa pastoral solo hay que acudir a aquellas páginas del documento final. La “conversión pastoral” como línea básica de aquel documento que forma ya parte de la historia, como lo fue el de Medellín para Pablo VI, o Puebla para Juan Pablo II.

En Aparecida, el papa Ratzinger puso el acento de hacia dónde caminar en aquellas Iglesias. Y el cardenal de Buenos Aires, con matices, fraguó parte de aquel documento, que dio un impulso no solo a las ideas, sino también a los cuadros responsables, pasada ya la época de influyentes cardenales latinoamericanos en la Curia romana, muy alejados de los planteamientos de aquellas Iglesias. Hoy, entre los nuevos responsables del CELAM se vislumbra esa armonía capaz del impulso misionero, apoyado por la presencia del Papa llegado de Argentina.

Es su primer viaje fuera de Italia. Va a Brasil, el país con más católicos del mundo, pese a su descenso numérico en los últimos años, y ante la avalancha de sectas y corrientes diversas del mundo carismático y pentecostal.

Ha llegado con un mensaje cargado de esperanza y de compromiso a un país rico, pero no carente de grandes dificultades y con elevados niveles de pobreza. No ha llegado con oro y plata que los saque de la pobreza. No ha llegado con la limosna. Ha llegado a ofrecerles a Jesucristo.

“He aprendido que, para tener acceso al pueblo brasileño, hay que entrar por el portal de su inmenso corazón; permítanme, pues, que llame suavemente a esa puerta. Pido permiso para entrar y pasar esta semana con ustedes”. Empezar bien es siempre muy bueno. La Iglesia va necesitando de este nuevo lenguaje y cercanía.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.858 de Vida Nueva.

 

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