Polonia sigue llorando a Juan Pablo II

(Janusz Robionek– Hermano de La Salle) Ya han pasado tres años de la muerte del papa Juan Pablo II. Este acontecimiento supuso una conmoción muy fuerte para multitud de personas, especialmente para los polacos, vivieran dentro o fuera de Polonia.

El 2 de abril de 2005, por la noche, desde la Plaza de San Pedro y con la presencia de mucha gente reunida en oración por el papa Juan Pablo II, se anunció que “nuestro querido Santo Padre Juan Pablo II había vuelto a la casa del Padre”. En este momento los ojos de la gente se inundaron de lágrimas. Todos sintieron que habían perdido a una persona muy cercana a cada uno, a una persona entrañable para nuestra familia. Perdimos una persona que amaba a cada uno, sin excepciones. Creo que muchos de no­sotros no olvidaremos en mucho tiempo aquel 2 de abril de 2005 a las 21:37 ­horas.

Para nosotros, los polacos, ese momento fue muy duro. Las campanas de las iglesias, la televisión y la radio anunciaban la muerte de nuestro Papa. Como paisanos suyos, hemos perdido a un gran amigo, que movió a la gente de todo el planeta. Juan Pablo II, durante su pontificado, era nuestro embajador en el mundo. Cuando nos encontrábamos en momentos difíciles nos permitió ver “la luz en medio del túnel”. “¡No tengáis miedo!”. Estas palabras animaron a Polonia. Gracias a él, todos nosotros nos sentíamos orgullosos de ser polacos. Él fue uno de nosotros. Con su muerte experimentamos un gran vacío.

En aquella época yo estaba en la comunidad de Przytocko (Pomerania). Aunque era de noche, la gente fue espontáneamente a las iglesias más próximas para rezar juntos por el difunto Karol Wojtyla. En la ventanas y en las calles -transitadas por gente pensativa y llorosa- se veían muchas velas encendidas. Imperaba el silencio, roto sólo por el susurro de las velas ardientes. Hasta el día del funeral, la gente se juntaba en las iglesias cada jornada para rezar o hacer procesiones a las estatuas de los santos; y a las 21:37 horas se oía la alarma de las sirenas que recordaban la hora de la muerte de Juan Pablo II.

La muerte de este Papa unió a todos y, aunque ya han pasado tres años de su muerte, sus escritos y el testimonio de su vida nos unen sin cesar. Los polacos nos sentimos orgullosos de que saliera de nuestro país un hombre para toda la Iglesia y para la humanidad. De vez en cuando volvemos a leer sus escritos. También hoy muchos polacos recuerdan su estancia en Roma y las audiencias con él. Esto siempre animará nuestro corazón.

Ante la persona de Wojtyla y su servicio para toda la Iglesia nadie fue ni será indiferente. Los políticos aseguran que él contribuyó a la unificación de Europa. La gente sencilla dice que hasta ahora nadie había hablado del amor al prójimo como él lo hizo.

Juan Pablo II dio un nuevo ritmo a ‘la barca de san Pedro‘, que su sucesor, Benedicto XVI, continúa. Creo que puedo decir que nosotros, los polacos, queremos mucho a Joseph Ratzinger. Lo testimoniamos durante su visita apostólica a nuestro país en el mes de mayo de 2006. A Benedicto XVI le acompañó multitud de gente, como a Juan Pablo II. Para nosotros, los polacos, él es el representante de Jesucristo y el sucesor de san Pedro y, en este caso, la nacionalidad no tiene importancia.

Cuidar del legado

Toda la Iglesia polaca recuerda con frecuencia a los creyentes la gran herencia de Juan Pablo II; por eso organiza encuentros, conferencias y discusiones diferentes en torno al legado que nos dejó Juan Pablo II, como hombre y como Papa. Los obispos polacos, la mayoría nombrados por Juan Pablo II, se encargan de promoverlo. La Iglesia católica en Polonia extrae la fuerza de las enseñanzas de este gran polaco. Como antes, también hoy las eucaristías están llenas de fieles, tanto los domingos como los días laborales; ante los confesionarios hoy también se hacen colas. La práctica religiosa de los polacos es también muy grande en los países a donde los polacos emigran. Ellos hacen revivir a las Iglesias de estos países. Nuestra vida católica mantiene prácticamente el mismo vigor que durante el pontificado de Juan Pablo II. Todavía nos queda mucho por mejorar, porque “los cambios importantes y las conversiones no se hacen de un día para otro”. Pero la Iglesia polaca vive. 

Hoy en día se habla mucho de su probable beatificación y de las reliquias de Juan Pablo II. Personalmente, creo que su verdadera reliquia, la que realmente importa, es el testimonio de su vida, de la vida gastada según el Evangelio de Jesucristo. Juan Pablo II, Papa-Apóstol, es para muchos símbolo de perseverancia, sabiduría e incesante fe, que Dios ha regalado al mundo.

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