Pío XII no guardó silencio

(Rafael Mª Sanz de Diego, SJ- Profesor de Historia de la Iglesia de la Universidad Pontificia Comillas) Se repite con frecuencia: Pío XII calló ante los crímenes nazis contra los judíos. La última vez: el rabino jefe de Haifa, Shear-Yashuv Cohen, invitado a hablar de la Palabra de Dios en el Sínodo, aprovechó para exponer una crítica velada a Pío XII. 

Hay que empezar negando la afirmación básica. Pío XII no guardó silencio ante los crímenes contra los judíos. Habló en público tres veces. La primera, ante las leyes de esterilización y eutanasia de los no arios. El 6-12-1940, el Santo Oficio, por orden del Papa, publicando su Declaración en L’Osservatore Romano, condenaba la eutanasia. Más directamente, en el Radiomensaje de Navidad de 1942, denunciaba el crimen contra “los cientos de millares de personas, que, sin culpa propia alguna, a veces sólo por razones de nacionalidad o de raza, se ven destinados a la muerte o a un progresivo aniquilamiento”. 

Finalmente, en la Alocución Consistorial que dirigió a los cardenales el 2-6-1943 volvió a aludir sin rodeos a quienes por su nacionalidad o estirpe están sufriendo perjuicios, graves y agudos dolores y están destinados, sin culpa propia, a constricciones exterminadoras.

El Papa no calló. Todo el mundo entendió su mensaje. Tras el Radiomensaje de Navidad de 1942 la Gestapo informó a la superioridad: aunque no nos cita nominalmente, ataca a todo lo que creemos y habla a favor de los judíos. Y The New York Times comentaba: Estas Navidades él [el Papa] es más que nunca una voz solitaria gritando en el silencio de un continente (…). Cuando un líder obligado a ser imparcial entre las dos partes en litigio denuncia (…) la condena de seres humanos sin otro motivo que su raza (…) es como un veredicto de un alto tribunal de justicia.

Pío XII habló poco, pero claramente. Más que los Aliados -en su Mensaje de 1943 no pasaron de alusiones genéricas a la injusticia- y que la Cruz Roja, que nunca denunció nada y lo explicó en Nüremberg con la misma razón que movió al Papa: si hablaba, sería imposible actuar. Tampoco las comunidades judías, no sólo de Europa, que podían temer al Führer, sino las más seguras de los Estados Unidos, dijeron una palabra sobre estos crímenes.

¿Por qué actuó así?

Dos razones se han dado de este silencio, que no es tal: filonazismo o miedo. Se apoya lo primero indicando que el Papa veía en el Nacionalsocialismo un freno para el Comunismo, que le preocupaba más. No es así: siendo Nuncio en Munich y Berlín condenó 40 veces la ideología nazi, siendo Secretario de Estado participó activamente en la redacción de Mit brennender Sorge, la condena del nazismo hecha por Pío XI. Tras la elección de Pacelli, el semanario de la Internacional comunista decía que los cardenales habían elegido a un enemigo del totalitarismo. Y el Berliner Morgenpost, órgano del partido nazi, escribía que esa elección no era bien recibida porque siempre se había opuesto al nazismo y determinó la política de su predecesor.

¿Tuvo miedo? Es una acusación incómoda porque no se puede refutar. Ni probar. Los documentos no expresan la totalidad de los sentimientos humanos. Pero indican convergencias. Sobre todo, están los hechos. Y éstos indican todo lo contrario. Además de todas sus ayudas a los perseguidos, están las denuncias no públicas, pero que llegaron a su destino. Como la que realizó ante el embajador Von Ribentrop en 1940. 

Parece justo atender a los motivos con los que él mismo explicó su actitud. En el Radiomensaje navideño de 1941 afirmó: Nos amamos con igual afecto a todos los pueblos, y para evitar aun la sola apariencia de que Nos mueve un espíritu partidista, Nos hemos impuesto, hasta ahora, la máxima reserva.

De los textos y testimonios de testigos podemos concluir que le movieron cuatro razones para actuar como lo hizo: pocas condenas, pero claras, y muchas actuaciones. Las condenas empeoraban la situación de los perseguidos, eran inútiles, el Papa quería permanecer no partidista para poder ser mediador neutral y quería que en este asunto hablasen los obispos, más cercanos a los hechos. 

Tras la guerra, judíos como Zolli, Gran Rabino de Roma, Golda Meir o Einstein alabaron lo que hizo Pío XII por su gente. En 1963, el drama El Vicario sembró la duda. No han valido los doce tomos de documentos que publicó la Santa Sede. Ha podido más creer en su miedo: así se justifica el que sintieron muchos ante Hitler. Y se “humaniza” su figura hierática. Pero históricamente no fue así.

En el nº 2.633 de Vida Nueva.

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