Paz y reconciliación

Fabian-Marulanda_optFabián Marulanda | Obispo emérito de Florencia (Colombia)

“Cuando los cristianos trabajamos por implantar la paz y mantenerla no lo hacemos para responder a un determinado proyecto político, sino para ser fieles al Evangelio…”

Hablar de la paz resulta apasionante, porque es un sueño que todos compartimos. Pero la paz no es un concepto fácil de definir. Por eso no puede hablarse legítimamente de paz mientras no se respeten todos los elementos que la integran.

Según Francisco, nos hemos dejado arrebatar banderas muy nuestras, como es el caso de la justicia social, que la dejamos de lado cuando irrumpió el fantasma del comunismo en la historia.

También la bandera de la paz es una bandera propia de los cristianos y cuando trabajamos por implantarla y mantenerla en nuestras comunidades no lo hacemos para responder a un determinado proyecto político, sino para ser fieles al Evangelio de la paz proclamado por Jesús. “Mi paz os dejo, mi paz os doy”. La paz es un anhelo de todos los hombres de buena voluntad. Es un don de Dios que toca conquistar, un bien que no se nos da gratuitamente.

Lo anterior entraña el compromiso de trabajar por la implantación de una sólida cultura de paz. Y dentro de esta, la reconciliación es una exigencia permanente; porque aún en el supuesto de que termine el conflicto armado, siempre habrá necesidad de desarmar los espíritus.

En la Pacem in terris, Juan XXIII señala cuatro pilares insustituibles de un verdadero proceso de reconciliación:

  • La verdad.
  • La justicia.
  • La misericordia.
  • La libertad.

La Iglesia en Colombia puede y debe asumir el compromiso de ser garante de estos cuatro valores.

Hay mucha desinformación y muchas noticias viciadas por intereses personales, de grupos o de partidos políticos. En el origen de los conflictos casi siempre está la sensación de ausencia de la justicia o de su aplicación parcial.

Por eso, la invitación a buscar la paz es una invitación a practicar la justicia. Aunque no existiera un conflicto armado en cuanto tal, donde se da la injusticia existe de hecho la causa y el factor potencial del conflicto.

La misericordia es una manifestación del amor. O también: la paz es un efecto del amor. Aquí hablamos de una cultura en la que no impere el egoísmo, la insensibilidad, la discriminación. La autoridad sin amor es dictadura, la justicia sin amor es inhumana, la diplomacia sin amor es hipocresía, la ley sin amor hace esclavos. La reconciliación exige grandes dosis de amor y de comprensión.

La libertad responde a una aspiración generalizada del mundo contemporáneo. Nunca como hoy se ha hablado tanto de libertad, así el término no sea siempre empleado en el mismo sentido.

Nos espera una tarea muy importante en la etapa del posconflicto. No porque alguien nos la asigne o nos la pida. La tarea de constituirnos en veedores en nuestras jurisdicciones y comunidades, junto con la ciudadanía, para lograr que se cumplan las propuestas contenidas en los proyectos y leyes de justicia y paz, restitución de tierras, reparación de las víctimas, reforma del sistema de salud, creación de empleo y disminución de la pobreza, y para impedir que se perpetúen los malos hábitos políticos que tanto mal le han causado al país.

En el nº 2.909 de Vida Nueva

 

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