Pascua Florida

CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“No había que cambiar el contenido de la fe, pero sí asumir la responsabilidad de una mentalidad nueva que, con entera lealtad a la tradición recibida, dialogara con una sociedad que había sufrido fuertes cambios…”.

En algunos lugares existe la hermosa tradición de poner sobre la cabeza de Cristo, en el Domingo de Pascua, una corona de flores. Que allí donde estuvieron las zarzas, rebrotaran los rosales. Donde estuvieron las espinas, ahora se encuentran las flores.

Con la Pascua de la Resurrección del Señor comienza una etapa de la historia completamente nueva. El testamento es nuevo, igual que el mandamiento. También lo es el hombre renacido con Cristo y el pan con el que ha de alimentarse, que no es otro que el de la Eucaristía. Todo es nuevo.

Una vez concluido el Concilio Vaticano II, se produjo todo un revuelo de cambios y de maneras nuevas de hacer las cosas. El Evangelio es el mismo de siempre, pero la Iglesia quería vivirlo con más autenticidad. No había que cambiar el contenido de la fe, pero sí asumir la responsabilidad de una mentalidad nueva que, con entera lealtad a la tradición recibida, dialogara con una sociedad que había sufrido fuertes cambios.

Se quejaban, los analistas y los críticos, de los efectos de los cambios para una adecuada renovación. Que la mentalidad de muchas gentes, teniendo en las manos textos nuevos, continuaban con ideas y actitudes completamente envejecidas. Se resistían a la renovación, al cambio. Algunos creían que se trataba de una traición a su fidelidad creyente. Hubo otros que prefirieron seguir caminos extremos fundamentalistas.

La Pascua es tránsito a lo nuevo. Atrás quedaron los pecados. Ha llegado el tiempo nuevo de la salvación y de la misericordia. Cristo es la garantía de la fidelidad. Tránsito del pecado a una vida completamente nueva por la gracia del Espíritu que se nos ha dado. Es el Vivificador, el que todo lo renueva para bien, el Abogado ante el Padre que cuida de la fiel lealtad de los redimidos por la sangre de Cristo.

La Pascua no es solo un día de fiesta. Es un misterio lleno de luz que ayuda al cristiano a ver, en el sepulcro vacío, la señal más evidente de su fe. No tenemos otros argumentos más creíbles, ni tampoco los necesitamos. Pues ese vacío del sepulcro no es tanto una comprobación sensible de que un muerto ha resucitado, sino de que se ha cumplido la promesa que habíamos escuchado y asumido en la Palabra de Dios: Cristo resucitaría al tercer día. El sepulcro vacío es una señal de la eficacia de la Palabra de Dios, la seguridad de que Aquel que había sido crucificado, vive.

Dice Benedicto XVI: “Es un camino hacia la altura de la Cruz, hacia el momento del amor que se entrega. El fin último de su peregrinación es la altura de Dios mismo, a la cual Él quiere elevar al ser humano. Nuestra procesión de hoy, por tanto, quiere ser imagen de algo más profundo, imagen del hecho de que, junto con Jesús, comenzamos la peregrinación: por el camino elevado hacia el Dios vivo. Se trata de esta subida. Es el camino al que Jesús nos invita” (Regina Caeli, 27-4-2011).

En el nº 2.796 de Vida Nueva.

Compartir