Paro juvenil (y II)

(Carlos Amigo Vallejo– Cardenal arzobispo emérito de Sevilla)

“Aquí, el paro juvenil no es por falta de trabajo y oportunidades, sino por esa miopía aguda que impide ver más allá de lo limitado de las cosas que gustan, y poco es lo que exigen de superación y esfuerzo personal. Esa falta de visión tiene la triste eficacia de poner la línea del horizonte a tres cuartos de la propia nariz. Así no hay ni futuro, ni esperanza, ni vida”.

Quieren los jóvenes, y en su derecho están, y bien que lo aplaudimos, tener un puesto en la sociedad que les permita un mínimo de libertad y de recursos para ser medianamente felices. Ahora bien, las cimas no se regalan: se conquistan. No sé si a los jóvenes emprendedores les ha bastado con tener un máster y hablar inglés y chino. Me temo que no. Han aceptado el reto de una buena formación y el continuo esfuerzo para alcanzar unos objetivos.

Ni paliar el problema ni contentarnos con ver las escalas en caída libre del mercado laboral juvenil. Las soluciones no sé por dónde han de llegar. Técnicos y especialistas habrá que lo sepan, pero no vale sentarse y esperar. Hay que salir al encuentro con preparación y entusiasmo.

Desistir en el intento, abandonar la lucha y tirar la toalla lo puede hacer cualquiera. Pero al joven, tan poco aficionado a recibir consejos, hay que recomendarle que asuma las dificultades como estímulo y motivación. Aunque suene a tópico, suele dar buen resultado el hacer caso de la advertencia.

En lo religioso, no estamos para aplausos, si hacemos caso de cifras, sondeos y estado de opinión. Alto porcentaje de los que se declaran católicos y no practicantes, poca valoración de lo religioso, alejamiento de la Iglesia…

Aquí, el paro juvenil no es por falta de trabajo y oportunidades, sino por esa miopía aguda que impide ver más allá de lo limitado de las cosas que gustan, y poco es lo que exigen de superación y esfuerzo personal. Esa falta de visión tiene la triste eficacia de poner la línea del horizonte a tres cuartos de la propia nariz. Así no hay ni futuro, ni esperanza, ni vida.

Sin embargo, en las campañas emprendidas por la Iglesia para la ayuda social, la participación de los jóvenes es generosa y entusiasta. Los grupos de voluntarios de Cáritas, de Manos Unidas y de animación misionera son, fundamentalmente, jóvenes.

Los juicios y recíprocas acusaciones entre jóvenes y adultos, entre gobernantes y gente de a pie de obra, entre jerarquías y militantes no conduce a nada. Mirando juntos, unos y otros, a la sociedad a la que se debe servir, a la persona a la que se debe cuidar, a la familia que se debe proteger y mimar, a la fe en la que se quiere vivir, el panorama podría cambiar.

Decía Benedicto XVI: “Conozco, en particular, el peso que grava sobre muchos de vosotros y sobre vuestro futuro a causa del dramático fenómeno del desempleo, que afecta sobre todo a los muchachos y las muchachas… Del mismo modo, sé que vuestra juventud siente la tentación de ganar dinero fácilmente, de evadirse a paraísos artificiales o de dejarse atraer por formas desviadas de satisfacción material. No os dejéis enredar por las asechanzas del mal. Más bien, buscad una existencia rica en valores, para construir una sociedad más justa y abierta al futuro. (Brindisi, 14-6-08).

En el nº 2.743 de Vida Nueva.

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