Palabras de vida

Alberto Iniesta, obispo auxiliar emérito de MadridALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid

“Sus palabras pueden seguir cambiando nuestras vidas, de ateos, en creyentes; de ciegos, en videntes; y de tibios, en fervientes amigos del Señor…”.

Cada idioma es un tesoro lleno de maravillas. Los sociólogos dicen que en el mundo hay más de siete mil, aunque también avisan de que cada dos semanas muere uno de ellos, por desaparición de todos sus hablantes.

Las lenguas no solo son una herramienta fundamental para entenderse, sino, además, son como ecos, rastros de vivencias, sentimientos, experiencias, mejores que una colección de fotografías. Por eso, los diccionarios son como una partitura, donde está contenida la música de la vida, de la experiencia humana.

Y detrás, está siempre el Logos creador, conservador, previsor y provisor, que en Cristo enseña a llamar Padre a Dios, hermano, al hombre, y casa, a la Tierra.

Naturalmente, no se trata de algo similar a la inspiración bíblica, que tiene otra dimensión y otra intención. No podemos concebir la creación como obra de un Dios relojero, que puso el mundo en marcha y lo dejó, despreocupado de su suerte. Por el contrario, Dios está muy preocupado y ocupado en conservarlo todo, desde la más pequeña hormiga hasta la inmensa estrella. ¡Cuánto más debe animar al hombre, especialmente cuando por el aire y la palabra manifiesta su pensamiento y sus entrañas!

Según el viejo aforismo, las palabras vuelan y lo escrito queda. Pero quedan muertas, mientras no haya un hombre vivo que las lea. En Jesús, el Logos habló divinamente como un hombre. Sus palabras tenían un valor performativo, una fuerza especial para cambiar el agua en vino y para cambiar los corazones.

Aquel desafío profético –el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán– se sigue cumpliendo en dos mil lenguas del mundo, en las que se celebra la Misa cada día y se lee su Evangelio.

Sus palabras pueden seguir cambiando nuestras vidas, de ateos, en creyentes; de ciegos, en videntes; y de tibios, en fervientes amigos del Señor. Bien podemos decir, como san Pedro: Señor, solo tú tienes palabras de vida eterna.

En el nº 2.820 de Vida Nueva.

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