Paciencia ante la reforma de la curia

Jesús Sánchez Camacho, profesor CES Don Bosco JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Profesor CES Don Bosco

El mundo y el Vaticano eran dos universos bien distintos. Lo sabía un pontífice que se había pasado tres décadas trabajando en la cúpula de la curia. Por eso, a los tres meses de su elección, Pablo VI puso a trabajar al cardenal Francisco Roberti para que presidiera una reforma en sintonía con la llamada línea Roncalli.

A dos años del anuncio, se oían voces de laicos y presbíteros que expresaban con pesimismo el aplazamiento de una reforma que no llegaba. No podía llegar si antes no se cerraba un Concilio que aún tenía asignaturas pendientes, como la de los obispos, sacerdotes, laicos, misiones y seminarios. Pablo VI quería que la próxima sesión conciliar fuera la definitiva.

En el nº 485, Vida Nueva se despertaba de su siesta vacacional con un reportaje sobre el borrador de la Comisión de Roberti, divido en cinco apartados: internacionalización de la curia, descentralización de competencias (apuesta por las Iglesias locales), establecimiento de un límite de edad de los funcionarios (evitando el carrerismo eclesiástico), transformación del Santo Oficio en la Sagrada Congregación de la Fe y delimitación clara de las competencias en los organismos.

Asuntos como la validez deliberativa de los sínodos o la supresión del cardenalato se quedaron en el tintero. Pero, a pesar de las críticas de tirios y troyanos, los cambios estructurales constituyeron un paso importante.

Francisco tampoco ha tardado en anunciar una reforma que se empezó a fraguar justo un mes después de su elección. Nombró a ocho cardenales para el esbozo del proyecto de revisión, creó un Consejo de Economía con la intención de sanear el banco del Vaticano y ha sembrado la esperanza de la internacionalización nombrando a 15 cardenales en países que no contaban con tradición de sedes cardenalicias.

Tras dos años de revisión, puede parecer que el proyecto de apuesta por una Iglesia más sinodal marche con lentitud. Pero, como diría el ilustrado que quiso que los individuos formaran parte activa de la sociedad, “la paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces”.

En el nº 2.953 de Vida Nueva

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