Pablo, apóstol de las gentes

(Andrea Riccardi– Fundador de la Comunidad de San Egidio)

“El reto cristiano es hacer emerger otra fuerza en la debilidad: la del Evangelio. No es necesario conquistar una tierra, pero, incluso en las persecuciones, en la debilidad, el Evangelio habla a los corazones”

Canta Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?”. En cambio, la historia ha insistido en separar a Pablo de Jesús, convirtiéndolo en una noble figura etérea. Les ha parecido a algunos el camino para llegar a la auténtica figura del Maestro, librarlo del andamio de gran religión de masas.

Pero la Iglesia ha reaccionado afirmando que el testimonio de Pablo, sus cartas y los Hechos, son parte integrante de la revelación cristiana. Separar a Jesús de Pablo es separarlo de la Palabra, es golpear el Evangelio como mensaje de fe, liberación, perdón, unidad de los hombres y los pueblos.

Golpear a Pablo también fue la operación de quienes se proponían denigrar el cristianismo. Nietzsche vio en el apóstol al “genio del odio”. A través de Pablo, según él, el mundo de los débiles y las basuras se afirmó hasta su victoria.

Frente a la sabiduría griega, al mesianismo hebraico, al poder de Roma, Pablo puso en el centro a la debilidad. Con un puñado de hermanos y hermanas, de débiles periféricos, recibió la revelación de un Dios débil, cuyo rostro es Cristo crucificado: “Dios ha elegido lo que en el mundo es débil para confundir a los fuertes”. Los débiles, construyendo una realidad débil como las comunidades cristianas, predicando un crucifijo, tienen la misión de confundir a los fuertes: a las culturas y mentalidades consolidadas, a las idolatrías, al poder bajo todas sus formas. El reto cristiano es hacer emerger otra fuerza en la debilidad: la del Evangelio. No es necesario conquistar una tierra, pero, incluso en las persecuciones, en la debilidad, el Evangelio habla a los corazones. A través de discípulos débiles, se puede comunicar Jesús a los hombres y, así, cambiar el mundo.

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