Orar adorando

En misión y en oración

Augustinian priest baptizes young man in village along the Urituyacu River in Peru

NURYA MTZ-GAYOL, ACI (ESCLAVAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS) | La Vida Consagrada es, ante todo, amor recibido, llamada escuchada, invitación acogida… y solo como consecuencia de ello, existencia entregada de una libertad solicitada y amada. Nace de un encuentro, de una mirada que elige e invita, de un corazón fascinado por esa presencia que le sale al paso con la gratuidad de su amor absoluto. La iniciativa de este encuentro es de Dios que elige y llama, que atrae y convoca, y que consagra.

En el origen de cada vida consagrada hay, por tanto, “un encuentro” que día a día habrá de ir haciéndose más íntimo, más profundo, más conformador… hasta la plena comunión de vida y destino con Cristo. La oración es ese lugar y ese tiempo de nuestra vida que se torna totalmente disponible para ese encuentro, transparente para esa mirada, dócil para Su acción; y, a la vez, es “lugar y tiempo” de escucha y búsqueda que nos permite un constante renacer a nuestra vocación consagrada. De ahí que la verdadera oración sea, siempre y necesariamente, adoración. Es decir, disposición a reconocer la presencia del Dios infinito en lo finito: en la Palabra, el hermano, el pobre, la comunidad, la creación, la historia…, invitándonos a ser en el mundo buscadores y buscadoras de esa presencia adorable en cada acontecimiento, haciéndonos cauces de Su vida y Su fuerza reparadora, especialmente allí donde parece más difícil, donde “en apariencia” no hay más que ausencia de Dios.

La oración se torna también adoración al exponernos ante el Dios expuesto. El que desde la eternidad sale en el Hijo a la intemperie de los tiempos, a la limitación de la carne, al riesgo del abajamiento, del dolor y del fracaso, a la fragilidad de una condición vulnerable… hasta confinarse en un trozo de pan, como fuerza y alimento para nuestras fragilidades en camino, como presencia humilde y pobre que nos da vida.

Orar adorando significa asumir el riesgo de reconocerle, de exponernos, de dejarnos cambiar a su imagen, de que Él imprima en nosotros la de su cuerpo entregado.

En el nº 2.923 Especial Vida Consagrada de Vida Nueva

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