Opereta iconoclasta en la Universidad

(Juan Rubio, director de Vida Nueva) Parroquia universitaria en los aledaños de Moncloa. Madrid, años sesenta y setenta. Sopeña, Maldonado, Estepa, Aguirre. Sacerdotes que rompían el hielo de una España adormecida en sueños imperiales y banderas al viento. Frente al Faro de Moncloa aún queda el recuerdo de un templo convertido en refugio de progresistas. La “secreta” rondando, delatores en la bancada bolígrafo en mano, anotando improperios progresistas. Multas, declaraciones en comisaría y guiños de una jerarquía que dejaba hacer.

“No hay que meterse con la Iglesia”, decían en El Pardo. Misas de doce con un templo repleto de jóvenes “ateos”. Buscaban respirar un aire nuevo, un espacio de libertad. Marcuse, Althusser. El Evangelio en categorías de la Escuela de Frankfurt.

Aquellos curas venían de Alemania, compañeros de pupitre de Küng, Ratzinger y otros profetas de una teología centroeuropea en diálogo con el mundo. Templos y sacristías que ponían nerviosos a los fontaneros del Régimen. Carrero Blanco decía: “¿Por qué no nos quieren, con lo bien que nos hemos portado con ellos?”. Se refería a la Iglesia. Lugares sagrados. Aplausos, ideas camufladas, ojos con brillo de esperanza. Para los estudiantes, la JEC y el SEU. Para los obreros, la HOAC.

Los curas ya no saludaban brazo en alto. Lo que alzaban era la voz pidiendo libertad. Eran las huestes de Montini, ejército hoy derrotado, según el Honorable Jordi Pujol. Progres de whiskey en Santa Bárbara y bourbon en Malasaña, templos etílicos a los que se trasladaban tras el Ite, Misa est del cura Aguirre, que un día confundió el Oremus y saludó a un viejo amigo con un Bonjour tristesse que dejó pasmado al personal.

Eran otros tiempos. Allí pescaron muchos. Los Propagandistas de Herrera, el Opus Dei de la saga tecnócrata y otras instituciones empeñadas en la Universidad. Abandonaron el espacio público y potenciaron los privados. Triste y sola quedó la Universidad con una pequeña sala multiusos en donde lo mismo se celebraba Misa que se proyectaba un vídeo de relax tántrico.

Los hijos de aquella generación no quieren templos en la Universidad. Para ellos, son arqueología pura. Delenda est Carthago. La mejor Iglesia es la que arde. Viejo anarquismo destructor. Hay que cerrar los templos, callar los rezos, amordazar las bocas. Y todo, en aras a la libertad.  La amnesia se instala en un grupo de jóvenes que devanan sus horas entre absentas modernas y libelos digitales.

Lo de Madrid no es un hecho aislado. Es el exponente de esa opresión ilustrada que busca imponerse. Edipo al poder. Lo que a nuestros padres les sirvió, hay que destruirlo. Usaron a la Iglesia y, ahora, con actitud profiláctica, la tiran a la basura. Amnesia total. Y olvidar la historia es condenarse a repetirla.

Olvidan estos jóvenes amnésicos la raíz histórica de la Universitas: París, Salamanca, Alcalá, Granada. Proyectos humanistas, proyectos abiertos. Olvidan que la tolerancia es sinónimo de libertad y que en las aulas de muchas universidades españolas se fraguaron grandes corrientes de pensamiento que hicieron de este mundo algo más justo y humano. Los movimientos fascistas del XIX, todos, sin excepción, comenzaron quemando libros, exhibiendo su desnudez y usando lenguaje soez. El lenguaje es sangre. Y así nos fue.

En el 2.746 de Vida Nueva.

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