Ofrecer trabajo

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

Entre lo más esencial de la existencia humana está el trabajo. Ni un castigo ni una maldición. Un don de Dios. Y muy apreciado, sobre todo cuando se siente la falta de ocupación. El trabajo no es solamente fuente de riqueza, sino también un indiscutible recurso para que la persona sea dignamente feliz teniendo lo que necesita para él y para su familia. La situación laboral es muy preocupante. La sombra del desempleo, de la carencia de lo necesario para vivir se cierne sobre ellos y les lleva a la inseguridad, a la crispación, a la desesperanza.

Entre las causas que conducen a tal situación está el que la economía se ha puesto como fin en sí misma. El dinero, el capital, el rendimiento y el beneficio por encima de la persona. No existe una verdadera participación de los más interesados y afectados en el trabajo.

Una sociedad en la que las medidas de política económica no permitan a los trabajadores alcanzar niveles satisfactorios de ocupación, no puede conseguir su legitimación ética ni la justa paz social. El que grupos enteros de hombres y de mujeres estén desocupados o subempleados es un hecho desconcertante y que está denunciando algo que no funciona dentro de las comunidades políticas y en las relaciones internacionales entre ellas.

Si uno de los grandes problemas sociales, personales y familiares es el de la falta de empleo, el estar desocupado, buscar y ofrecer un puesto de trabajo es una acción caritativa y social de gran importancia y necesidad, y, por descontado, una gran obra de misericordia.

El problema, además, no es solamente el de la falta de trabajo, sino el deterioro personal de unas gentes que han perdido la capacidad de buscar una solución adecuada a tanto deterioro individual, familiar y social. Con frecuencia, el desempleo conduce a la depresión y a todas sus graves consecuencias: alcoholismo, conductas antisociales…

Una visión simplemente economicista del trabajo no es capaz de realizar la liberación integral de la persona. Se necesita la dimensión cultural, trascendente y religiosa del hombre y de la sociedad. Si esto se olvida, la verdadera liberación del hombre estaría todavía muy lejos de poder alcanzarse. Por eso, entre la lista de las obras de misericordia, no puede faltar la de ofrecer trabajo.

En el nº 2.976 de Vida Nueva

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