Obispos, ¿puestos o impuestos?

(Juan Rubio)

Los cristianos (también los laicos, sí, y mucha luz arrojarían) deben ser consultados sobre el nombramiento de sus obispos. Es algo reconocido por el Código de Derecho Canónico. Otra cosa es cómo se articule esta forma. Es legítima y conveniente esa opinión. La Iglesia optó por la corresponsabilidad eclesial y ha de ser consecuente con ella. Cuando una sede episcopal queda vacante surge la preocupación por el nombramiento del nuevo obispo. Es una prueba del interés de quienes han nacido en esa Iglesia, y en ella viven y trabajan. Con frecuencia se envían a la Nunciatura cartas en las que se apela a una mayor participación en el proceso de selección de obispos, proponiendo perfiles, más que nombres. Incluso algunos hasta se animan a aconsejar líneas de trabajo pastoral. Es una vieja reivindicación que, en algunos lugares, como es el caso del País Vasco, han sido más frecuentes, si bien también en otros sitios se ha repetido sin tanto eco mediático: Valencia, Barcelona, Oviedo, Madrid, Palencia, Granada, Córdoba. Hay material suficiente en la Nunciatura como para poder estudiar esta tendencia.

En una sociedad de cristal y en una Iglesia con filtraciones interesadas, tanto los nombramientos de los obispos de San Sebastián como de Bilbao vinieron precedidos de cartas apelando a una más eficaz consulta en los ámbitos diocesanos (craso error identificar el perfil de ambos nuevos prelados). Pone de manifiesto ésta y otras situaciones la necesidad de revisión profunda en la Iglesia en el sistema de nombramientos de obispos. En el ministerio de la comunión y de la corresponsabilidad, estas cartas no debieran extrañar. No es malo que los cristianos estén preocupados por sus pastores. Lo malo sería lo contrario. Es bueno si se hace desde la honestidad, la caridad y el más puro sentido eclesial. Tener miedo a estas cartas no conduce a nada y estigmatizar a quienes las firman es de poca caridad cristiana.

Pese a todo, y en esto de las consultas, se corre el riesgo de hablar de la “Iglesia comunión y misión” arrimando cada uno el ascua a su sardina y buscando imponer caprichos curiales, ya sean procedentes de curias lejanas o de curias más locales y cercanas. En los viejos y oscuros tiempos había nobles que imponían obispos que mejor cuidaran de sus intereses con el pretexto de un mayor conocimiento de la tierra. También hubo obispos que jamás pisaron las diócesis para las que fueron nombrados, dejando en manos de poderosos clérigos sus intereses. Tan peligrosas son las imposiciones de las altas salas de mando como las que nacen de algunas curias diocesanas.

Pero junto a todo esto no deberíamos olvidar la caridad cristiana previa ni la corrección fraterna posterior. Nombrado el obispo no es justo que las bofetadas contra un modelo eclesial concreto caigan sobre el obispo elegido y se le intente presionar. En las viejas guerras entre cristianos y musulmanes había una serie de tierras comunes, los denominados “entredichos de frontera”, en donde se acordaba respetar ámbitos comunes. Las decisiones lejanas se atemperaban en esos “entredichos”, que eran lugares sagrados para unos y otros. Esto evitaría las patentes de corso de quienes llegan avasallando o las de quienes, en el interior, pretenden seguir mandando.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.724 de Vida Nueva.

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