Nombre

(Ángel Moreno, de Buenafuente) Andaba en los atrios del templo parroquial de uno de los pequeños pueblos del Alto Tajo, cortando unas flores para adorno del altar, cuando se acercó una niña, a la que no conocía, que debía de ser hija de algún matrimonio hospedado por el fin de semana en la Casa Rural.

Como gesto de acercamiento, le pregunté cómo se llamaba, y ella, muy espontánea, respondió: “Eva”. Inmediatamente le dije: “¿Sabes qué significa tu nombre?”. Con la misma espontaneidad, contestó: “No”. Mostré mi sorpresa y reiteré la pregunta: “¿De verdad que no sabes quién fue Eva?”. “No”, afirmó la pequeña, que tendría unos ocho años.

Y con cariño le fui diciendo que tenía un nombre muy bonito, que era el nombre de la primera mujer de la historia, la madre de todos los humanos, según la Biblia. La niña, muy atenta, me sorprendió por su reacción, cuando me dijo: “Dentro de dos días será mi cumpleaños. Ya sé lo que voy a pedir de regalo, la Biblia”.

“Eva, es el mejor regalo que puedes pedir”, fueron mis últimas palabras.

Luego entré en la iglesia. Pensaba que la encontraría en la celebración, pero no la volví a ver. Sin embargo, se me quedó grabada en la memoria la decisión de la niña, a la vez que la sorpresa de que no supiera la historia de su nombre.

En el nº  2.674 de Vida Nueva.

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