No hay lugar para los viejos

(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)

No es cosa de hacer sangre, pero sí pasar de la anécdota triste y punible a la categoría lamentable que se va instalando en la sociedad. Dos ancianos morían en Ciempozuelos (Madrid), olvidados en una furgoneta por un “irresponsable” trabajador del geriátrico. Insisto que no es cosa de hacer sangre sobre el olvido de este hombre que atraviesa su propio calvario. Los ancianos olvidados son paisaje en una sociedad utilitarista que adelanta las prejubilaciones y se sonroja ante la arruga y el temblor de manos fuertes que encadenaron su historia. Mientras que en otras culturas el anciano es escuchado y venerado en sus canas, en la nuestra es silenciado, aparcado, utilizado en sus cuentas bancarias. Me he acordado de tantas y tantas instituciones que en la Iglesia son báculo de ancianos y sonrisa en la vejez. Congregaciones religiosas y colectivos laicales, como Vida Ascendente y su inmensa labor para hacer que los viejos no sean olvidados, sino apreciados en su dignidad. Torpes pasos, manos temblorosas, enfermedades acuciantes. La enfermedad que dan los años. Mientras tanto, se abre paso la belleza, la juventud y ese perfil utilitarista que olvida la cuna que la meció.

Publicado en el nº 2.722 de Vida Nueva (del 25 de septiembre al 1 de octubre de 2010).

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