Niños a la basura

(Alberto Iniesta-Obispo Auxiliar emérito de Madrid) Los cristianos no podemos centrarnos exclusivamente en el problema del aborto, pero es que los proabortistas no descansan. Ahora se les ha ocurrido suprimir por decreto el carácter humano de los cadáveres de niños –porque son realmente niños– de menos de siete meses, con lo cual sin más trámites se les puede tirar a la basura de la clínica, sin dejar rastro de nombre ni sepultura de ese cuerpecillo inocente que podría vivir perfectamente en esa edad, como lo demostrían tantos sietemesinos felizmente vivos.

En cambio, las familias que pierden a un ser querido en el mar o en un terremoto no descansan hasta recuperar al menos el cuerpo, como último consuelo de su ausencia.

Por otra parte, ahora la sociedad está tomando conciencia del cuidado de la naturaleza, especialmente de las especies en peligro de extinción. Por ejemplo, el águila imperial, cuyos huevos están legalmente protegidos, y su destrucción podría ir acompañada de ciertas penas. Es evidente que allí no hay todavía un águila en todo su esplendor, pero sí que la hay virtualmente y no se la puede destruir. En cambio, el embrión humano está eventualmente desprotegido en las primeras etapas de su desarrollo, dependiendo de los criterios variables de los legisladores sobre cuándo a eso se le puede llamar un hombre, o todavía no.

Aunque no estemos de acuerdo con el uso del preservativo como medio para evitar el embarazo, parece que su uso será siempre un mal menor, antes que recurrir al aborto cuando ya hay un ser humano llamando a la puerta de la vida.

No podemos ignorar el drama de esas mujeres, muchas veces empujadas al aborto por la familia o la propia pareja, pero tampoco aprobar esa terrible decisión. Lo necesario es, como hacen tantas beneméritas asociaciones cristianas, ayudarles espiritual, social y económicamente a afrontar el problema, salvando esa vida para siempre.

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