Nicodemo, el creyente temeroso

(José M. Vegas, cmf- Misionero claretiano en Rusia) Aparece fugazmente en la narración de la Pasión del Señor (cf. Jn 19, 39) del Viernes Santo como “aquel que anteriormente había ido a verle de noche” (cf. Jn 3, 1-21). Nicodemo reconoce en Jesús a un maestro enviado por Dios, pero permanece en la noche por incapacidad de entender la radical novedad de Jesús, la necesidad de renacer de lo alto, de acceder a la libertad del agua y el Espíritu. Por eso, Nicodemo defiende a Jesús sin confesarlo, apelando sólo a principios abstractos, a la antigua Ley (cf. Jn 7, 50).

Es un caso de creyente oculto, en secreto, que no confiesa para no ser excluido de la sinagoga (cf. Jn 12, 42-43). Incluso en el gesto piadoso de dar sepultura al cuerpo inerte de Jesús, permanece apegado al viejo mundo de las tradiciones judías (Jn 19, 40).

Nicodemo es para nosotros, creyentes del siglo XXI, motivo de reflexión. ¿Cuántos Nicodemos viven, vivimos hoy en la Iglesia? Al hablar de la crisis de la fe y de la Iglesia, antes de señalar acusadoramente las causas externas y hostiles, habría que preguntarse si una de las causas principales no será que muchos creyentes de hoy nos parecemos demasiado a Nicodemo, buenas personas, pero creyentes sólo en secreto por miedo al entorno de las vigencias sociales. Creyentes temerosos, cuya fe se oculta en el fuero interno, que no confiesan para no arrostrar la exclusión de la particular sinagoga, incapaces de nacer de lo alto, de adquirir la libertad y el riesgo del Espíritu. Creyentes que permanecen en la noche, que llegan hasta el sepulcro, pero no acceden a la luz de la Resurrección, y en esa luz de la fe “ven” al Resucitado, lo confiesan, lo anuncian y afrontan el riesgo de ese testimonio (de ese martyrium).

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