Nicaragua y su actual política de intereses

(Isidoro Sánchez López– Misionero en Nicaragua y profesor en el Seminario Nacional) El 16 de enero, la Corte Suprema de Justicia de Nicaragua hacía pública la sentencia de sobreseimiento a Arnoldo Alemán, ex presidente de la República (1996-2001), condenado en el 2003 a 20 años de prisión por los delitos de malversación de fondos públicos y lavado de dinero. En otro país hubiera sido impensable esta sentencia. En Nicaragua todo es factible. La lectura de esta sentencia se hizo a las 13:45 de la tarde. Quince minutos después, se abría la sesión parlamentaria en la Asamblea Nacional para la polémica elección de su nueva directiva. En ella, el partido de Arnoldo daba consecuentemente su apoyo, con 21 votos, al grupo parlamentario sandinista para la reelección en la presidencia de René Núñez. ¿Qué relación hay entre el sobreseimiento de Arnoldo Alemán y el apoyo parlamentario de su partido al grupo sandinista? ¿Es la actualización del pacto (palabra maldita en Nicaragua), como dicen unos y otros?

¿Qué es el pacto? El pacto es el conjunto de acuerdos firmados entre bastidores por los líderes de las dos principales fuerzas políticas del país (FSLN y PLC) para apoyarse mutuamente en el reparto más o menos equitativo de los cargos en todos los poderes del Estado. Así, en la Corte Suprema de Justicia la mitad de sus miembros son sandinistas y la mitad liberales. Y lo mismo sucede en la Fiscalía General de la República, en la Controlaría, en el Consejo Supremo Electoral, etc. En Nicaragua, ninguna institución del Estado tiene condiciones para actuar según la legalidad y según los criterios de la ética política, porque el pacto ha amarrado todo y lo ha dejado a merced de las indicaciones de sus dos líderes. Ellos marcan a sus lacayos las pautas de actuación según sus propios intereses. Ni la condena a 20 años de prisión de Alemán se debió a una actuación libre y responsable de los jueces, aunque sobraran razones para ello, ni su sobreseimiento de ahora es la enmienda de una sentencia improcedente. Son las expresiones del pacto, de ese mercadeo de intereses mutuos.

Desde noviembre del pasado año no lograba sesionar la Asamblea Nacional, empantanada por el rechazo de todos los partidos de la oposición a los resultados de los comicios municipales celebrados el día 9 de ese mes y por la acusación de un escandaloso fraude electoral. ¿Hubo fraude? Todo parece confirmarlo. 

Primero, fue la supresión de algunos partidos. Luego, el anuncio de la decisión de que en estas elecciones no iba a haber observación internacional ni tampoco observación de los organismos de control locales más críticos con el Gobierno. Finalmente, los resultados oficiales de las urnas sorprendieron y fueron cuestionados, sin que haya habido posibilidad alguna de que se realizara el pertinente recuento de los votos, exigido por amplios sectores de la población y por la misma Conferencia Episcopal, que ha abandonado cualquier forma de lenguaje diplomático para denunciar las actuaciones del Gobierno y para exigir sin ambages condiciones más democráticas. Pero así han quedado las cosas, y en el país se respira un aire enrarecido. 

¿Qué postura van a asumir ahora en el Parlamento Arnoldo y su partido? En su agenda tienen la presentación de una propuesta de anulación de los resultados electorales y de la convocatoria de nuevas elecciones. ¿Tiene alguna posibilidad de prosperar esa iniciativa? ¿La obtención del sobreseimiento estaba ya pactada como precio de la aceptación de esos resultados electorales? ¿Terminará apoyando el PLC incluso las atrevidas reformas a la Constitución deseadas por Daniel Ortega? Pronto lo sabremos.

Nicaragua sigue siendo, y esto es lo decisivo, el segundo país más pobre de América Latina, con cerca de un 80% de su población sumida en la pobreza. Casi un tercio ha ido saliendo desesperada del país buscando mejorar su situación en los Estados Unidos, Costa Rica y otros lugares. Nicaragua no prospera, sino que retrocede. El Gobierno sandinista gasta sus mejores energías en fanfarronear de independencia frente a las exigencias imperialistas de EE.UU. y de Europa. ¡Ojalá ese canto se correspondiera con la realidad! Pero la verdad es que la forma autoritaria y caprichosa de gobernar de Ortega ha terminado cerrando las llaves de una ayuda internacional necesaria incluso para cubrir el presupuesto nacional. Su gran padrino, Hugo Chávez, poco más que palabras de ánimo puede ofrecerle. Y uno no termina de entender cómo va a sobrevivir este pueblo tan apaleado.

En el nº 2.647 de Vida Nueva.

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