Monjas y paños de limpieza

(Mercedes Bayo,  sscc) Desde sentimientos encontrados, quiero poder aportar  caminos para dignificar y colocar a la mujer donde tiene que estar como hija de Dios en igualdad y dignidad. La Iglesia tiene muchas oportunidades preciosas y muy visibles. Y tantas veces las desaprovecha… Quiero compartir un sueño. La ceremonia de dedicación de la Sagrada Familia, presidida por Benedicto XVI en Barcelona, me ha dado que pensar. El único “momento significativo” en que alguna mujer pisa el presbiterio es para limpiar el altar del óleo de consagración. Después, de rodillas, han hecho lo mismo con el suelo cuatro religiosas.

Viendo la  escena, he tenido todo tipo de sentimientos. He recordado tantos momentos en que he tenido que defender mi pertenencia a la Iglesia ante personas desconcertadas o escandalizadas por lo mal que nos trata a las mujeres. Me ha invadido la rabia y la impotencia. No dejo de tener la esperanza de ver cambios en la institución a la que tanto quiero y en la que vivo el seguimiento de Cristo. Me ha entristecido sentir la mirada utilitarista y empequeñecedora hacia la Vida Religiosa de los pastores de la Iglesia. He orado con la escena y me he calmado porque el Señor transforma la mirada del corazón pecador y nos ayuda a tener los mismos sueños que Él tiene para cada persona y para su Iglesia. Me ha animado a seguir soñando su mismo sueño y a que lo comparta con tantos que desean hacerlo realidad: las mujeres tenemos la primacía y el privilegio del servicio; por eso esas religiosas se han puesto de rodillas para servir como el Maestro. El servicio nos autoriza a tener palabra y no ser invisibles. Han hecho lo menos digno de una liturgia majestuosa ante la atenta mirada de los hombres.

Me pregunto: ¿qué estábais sintiendo? Creo que lo sé. Pues he tenido un sueño precioso y posible: la Iglesia ha sido noticia porque cardenales, obispos y sacerdotes se han “peleado” por arrebatar los paños de limpieza a aquellas religiosas. Han sido ellos los que han acabado de limpiar con la aprobación y alegría del Santo Padre, mientras ellas se sentaban en lugar preferente para seguir disfrutando de la belleza de la liturgia. Se ha escuchado en la majestuosidad de la arquitectura del templo la fuerza del Espíritu Santo, que ha impulsado a dar ese paso. Creíamos que nunca llegaría. ¡Cuánto va a ganar la  Iglesia, es un cambio sin precedentes! No sabemos hasta qué punto cambiará la fisonomía de la Iglesia; se empieza por la liturgia y esto puede ser imparable. Las religiosas serán valoradas con más justicia y animadas a vivir el carisma regalado por el Espíritu Santo. Ninguna mujer tendrá que luchar por hacer valer su capacidad de pensar, surgirán y se potenciarán nuevas formas pastorales de anunciar el Evangelio, tendremos oportunidad de vivir una  relación evangélica con la autoridad jerárquica… Estoy segura de que el Señor acompaña a los que se empeñan en realizar los proyectos que tiene para su Iglesia.

En el nº 2.730 de Vida Nueva.

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