¿Misericordia y/o ley?

JOSÉ MANUEL ZABALA CAMARERO-NÚÑEZ (MADRID) | Las diferencias de opinión más fuertes durante el Sínodo para la Familia podrían resumirse así: ¿ley de Dios o Dios misericordioso? Parece que nos obligan a elegir. Pero ambas se llaman la una a la otra.

La doctrina católica se ha desarrollado en parte desde una lectura ya superada de la Biblia. Decíamos con demasiada facilidad: “Esto es doctrina divina”. Pío XII (Divino afflante Spiritu) abrió la puerta y el Vaticano II (Dei Verbum) sentó las bases para una comprensión más profunda de la Palabra. Desde ahí tenemos que renovar y enriquecer la vivencia de nuestra fe. En el Evangelio, Jesús no propone normas concretas o de alcance jurídico. Sí nos pone en camino hacia horizontes ilimitados llenos de vida: confía en que Dios te vestirá como a las flores del campo, entrega todo a los pobres y sígueme, ama a tus enemigos… Al intentar seguir este camino, descubrimos la meta más allá de nuestras fuerzas. No la alcanzamos, tenemos altibajos. Pero pedimos perdón y continuamos con la ayuda misericordiosa de Dios, que impulsa nuestra vida incondicionalmente. Ese es el vivir cristiano.

También en el matrimonio. El amor de los esposos debe conducirles a ser una sola persona y para siempre. Jesús lo expresa con fuerza. Es la meta, el horizonte siempre más allá. Por mil motivos, la pareja puede quedar lejos de esta meta y hasta romperse, pero a la vez mantener la voluntad de seguir el camino de Jesús. Piden perdón, con todo lo que esto implica, continúan adelante buscando una vida plena con la ayuda misericordiosa de Dios y, en ese caminar, puede aparecer de nuevo la realidad hermosa del matrimonio como una riqueza. Es fruto de la acción del Espíritu a la que se han abierto.

Dios quiere siempre el bien del ser humano. No hay norma por encima de esto. El Padre nos mira con misericordia en nuestro avanzar hacia la plenitud. Su ley marca la dirección; la misericordia es el sello de su compañía en el caminar. Y la Iglesia existe para hacer manifiesta la acción compasiva de Dios.

En el nº 2.295 de Vida Nueva

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