“¡Mírame, Mario, te lo suplico!”

(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)

Al saber de la muerte de Miguel Delibes, releo Cinco horas con Mario, la obra que escribió mientras España se desperezaba de una posguerra y la Iglesia estrenaba Concilio. Carmen representa, en su monólogo, la España cansina y provinciana, orgullosa de sus metales de pechera que tapaban la sangraza salpicada en las trincheras. Un país dividido por el exilio y la emigración que empezaba; con inteligencia de rebotica, sexo reprimido y mujeres que sólo debían “saber pisar, saber mirar y saber sonreír”; una España, “unidad de destino en lo universal”, que sólo vivía de certezas excluyentes. Mario, silente en el féretro, representa a la España perdedora, pero no triturada; asustada, pero no vencida; la que luchaba desde los adentros para forjar una sociedad reconciliada. Mientras releo, quedo estremecido viendo cómo se reproducen hoy los retratos del monólogo.“Quien quiera pensar por su cuenta que lo gane y se vaya a pensar a otra parte, que mientras vivan bajo mi techo, los que de mí dependan, han de pensar como yo mande”, dice Carmen. Lean la novela los agoreros de una España devastada y quienes se niegan a dialogar, embistiendo antes de pensar. El monólogo termina en desesperación: “¡Mírame, Mario, te lo juro. Mírame. De rodillas te lo pido, anda, que no lo puedo resistir. Mírame o me vuelvo loca! ¡Anda, por favor!”. Un mundo sin diálogo es un mundo de locos. El reproche no conduce a nada; solamente a una carrera de desesperación que nada construye y que todo lo hunde. Un mundo sin diálogo es un mundo infecto que ha hecho de la hipocresía virtud.

Publicado en el nº 2.700 de Vida Nueva (del 20 al 26 de marzo de 2010).

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