Mi obispo

ANTONIO PELAYO | Corresponsal de Vida Nueva en Roma

“En la Iglesia no hay cosa mejor que no aspirar a los cargos de mando. Eso lo ha practicado Blázquez desde los inicios de su vida sacerdotal…”

En mi ya larga existencia como sacerdote de la Diócesis de Valladolid, he tenido seis arzobispos. A todos ellos he jurado obediencia, y todos, sin excepción, han respetado mi independencia sin poner reparos a mi actividad extradiocesana.

Don Ricardo Blázquez ha mantenido la misma actitud de sus predecesores, añadiendo una cercanía personal por la que le estoy muy agradecido. En nuestra última conversación –Navidades del 2013– le dije: “Don Ricardo, van a por usted”, aludiendo a mis informaciones sobre su candidatura a la presidencia de la CEE. Él me respondió con la castellana transparencia de siempre: “Yo no aspiro a nada. Estoy muy a gusto donde estoy y seguiré estándolo suceda lo que suceda”. Ya ha sucedido, y creo que la de nuestros obispos ha sido una buena elección.

En la Iglesia no hay cosa mejor que no aspirar a los cargos de mando. Eso lo ha practicado Blázquez desde los inicios de su vida sacerdotal, en la que le ha tocado bregar en tareas nada fáciles, como ser obispo de Bilbao (donde fue recibido con el despectivo “un tal Blázquez”).

En Valladolid fue acogido con los brazos abiertos y, en estos años, se ha hecho querer por todos, sin excepción. Ha estado presente, cercano y atento a los problemas de sacerdotes, religiosos y religiosas, movimientos y fieles sin carnet. Dialogante desde el respeto con las autoridades, colaborador en cualquier proyecto que buscase el bien común.

Le admiro por muchas razones. Entre ellas, su total ausencia de concupiscencia por el poder que a tantos clérigos parece compensarles de otras carencias. Lo suyo es servir desde la entrega callada y constante. Será un excelente presidente y, en su caso, no vale aquello de que “segundas partes nunca fueron buenas”. Al contrario.

En el nº 2.886 de Vida Nueva.

 

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