Martini, el alternativo Papa imposible

Pedro Miguel Lamet, jesuita, escritor y periodista

cardenal Carlo M. Martini, fallecido en 2012, jesuita arzobispo Milán

PEDRO MIGUEL LAMET, escritor y periodista | Muerto en olor de multitudes, admirado y respetado incluso por sus adversarios, querido de sus feligreses, compañeros y alumnos; intelectual y devoto, brillante y asequible, reconocido internacionalmente como una figura clave de la Iglesia, Carlo Maria Martini pudo haber sido un gran Papa. [Cardenal Martini, el alternativo Papa imposible – Extracto]

Pedro Miguel Lamet, jesuita, escritor y periodista

P. M. Lamet

¿Por qué no lo fue? Aparte de que el hecho de ser jesuita le marcaba –ninguno lo ha sido en la Historia, pese a las conocidas candidaturas de Laínez o Borja y, últimamente, Bergoglio–, los tiempos, después del pontificado de Juan Pablo II, no le eran propicios.

Esto ha favorecido una mayor libertad en su magisterio, que ha alcanzado cotas de frontera respecto a otras religiones, increyentes y hombres y mujeres de toda condición, muchos descorazonados en tiempos de desencanto, que han visto en él un rayo de esperanza.

Él tampoco quería ser, como decía con sentido del humor, un Martini bianco, sino continuar como Martini rosso. Aquejado de Parkinson desde hacía 16 años, entró al Cónclave con un bastón para disuadir a sus compañeros. Quedó el tercero, después del conservador Bergoglio, y apoyó a Ratzinger.

Pocos eclesiásticos como él han unido categoría humana y prestigio intelectual. Respondía al tópico de “santo y sabio jesuita”. Alto y guapo, con empaque de príncipe piamontés, era además un religioso ejemplar y un celoso sacerdote, que, como se ha dicho, “hablaba con el corazón”. Rector del Bíblico y la Gregoriana, estuvo a pique de ser elegido general de los jesuitas. Malas lenguas decían que Juan Pablo II lo nombró arzobispo de Milán para alejarlo de este cargo, extraño comentario cuando le designaba para una de las diócesis más importantes del mundo.

De su trayectoria resalta su enorme sabiduría como biblista, en la doble vertiente de “saber” y “sabor”; su capacidad de diálogo con el mundo –famosas sus conversaciones con Umberto Eco–, o en el ámbito ecuménico, y su valiente y profética visión del futuro. Poco antes de fallecer ha vuelto a manifestar sin rodeos su crítico modelo de Iglesia con el que soñaba en materia de moral sexual, su actual estructura y, sobre todo, la radical conversión a las raíces evangélicas.

Sabio e innovador

Pero nada, ni siquiera sus premios internacionales, fue tan importante para él como acercar al pueblo la Palabra. Esa ha sido su mejor cátedra, multiplicada en todo el mundo por innumerable libros. En ellos transmite una profunda espiritualidad, presentada al mismo tiempo con un enfoque original y cercano. Por ejemplo, sus tandas de Ejercicios eran a la vez ignacianas e innovadoras por su sapiencial conocimiento de la Biblia.

Si por progresista se entiende
un hombre dialogante, abierto al mundo
y al futuro y no resignado con
las rémoras existentes, Martini lo era.
Pero si se quiere tacharle de falto de amor
a la Iglesia, rotundamente no.

¿Era Martini lo que vulgarmente se dice un “progre”? Si por progresista se entiende un hombre dialogante, abierto al mundo y al futuro y no resignado con las rémoras existentes, sí. Pero si se quiere tacharle de falto de amor a la Iglesia, rotundamente no.

En uno de sus últimos libros, La transformación de Cristo y del cristiano a la luz del Tabor, cuenta que “cuando era un muchacho, se preguntaba: ‘¿Cómo se ama la Iglesia?’. La pregunta tenía razón de ser porque yo conocía a la Iglesia como puede conocerla un niño… Pero he amado a la Iglesia en la medida en que he invertido mis energías, tratando de servirla y apostando mi vida por ella… y la reconozco como madre que me ha engendrado, alimentado y sostenido”.

Percibe que es “una casa en la que puede haber envidias y calumnias“. “Sin embargo, la Iglesia es más grande que los hombres, porque es la esposa de Cristo y con los ojos de la fe la vemos como un reino de Dios que viene”. Según Martini, puede haber miedo y temores, pero si se persevera, se “capta toda su verdad y maternidad”.

Preguntado en sus bodas de oro por el recuerdo más hermoso de su ministerio, respondió: “El haber celebrado la misa todos los días, porque esa es la Iglesia vivida; la eucaristía es justamente el ‘misterio de la piedad’”.

¿Antagonista de Ratzinger? El reciente elogio de Benedicto XVI es el mejor retrato del cardenal fallecido, al alabar “su intensa obra apostólica difundida como entregado religioso, hijo espiritual de san Ignacio, experto docente, acreditado biblista y apreciado rector, e, igualmente, como solícito y sabio arzobispo. Pienso también en el competente y ferviente servicio que rindió a la Palabra de Dios, abriendo cada vez más a la comunidad eclesial los tesoros de la Sagrada Escritura, especialmente mediante la promoción de la lectio divina”.

Anhelaba morir en Jerusalén. Su enfermedad se lo impidió, y ha dicho adiós a la vida, sin prolongarla artificialmente, como un ejemplar religioso en el filosofado de Gallarate. Ahora, junto al Padre, el cardenal Martini es definitivamente bianco.

En el nº 2.814 de Vida Nueva.

 

LEA TAMBIÉN:

Compartir