Los verbos leer y amar no soportan el imperativo

mujer y chica joven leyendo libros al aire libre en el parque

mujer y chica joven leyendo libros al aire libre en el parque

JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Bien es verdad que, como dijera Borges, “el verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta ‘el modo imperativo’”. Por eso, lo mejor es sugerir e insinuar. Hay a quienes se les atragantó algún clásico en horas de adolescencia, en aulas brumosas, y nunca más se atrevió a entrar en el mundo de la ficción, ese amplio escenario en el que se pasea “la verdad de las mentiras” con elegancia y soltura. Pero sugerir es bueno. Y es lo que hago, como cada inicio del verano, en esta crónica semanal.

Sugerencias apegadas a la narrativa, más que al ensayo. Son libros cuya lectura sirve para este tiempo de ocio. “Estar a solas con un buen libro es ser capaz de comprenderte más a ti mismo”, decía el ensayista y autor de El canon occidental, Harold Bloom. Leer para saber, pero también para comprender. ¡Quién no se ha visto retratado en algún personaje de exquisitas piezas literarias, en sus pensamientos, pasiones, miedos o esperanzas!

Comienzo recomendando a François Mauriac, el Nobel francés en cuyas obras aparece el escenario de la miseria humana con hondas grietas, con apenas un rayo de luz incierta. Es un duelo con uno mismo. Al final, en todas sus obras, Dios se asoma en cualquier esquina, a hurtadillas y sonriendo. Nudo de víboras o El desierto del amor, entre las mejores. Ambas han sido reeditadas no hace mucho; el resto espera el sueño de los justos, echadas en brazos de editores que han optado por otras cosas.

Otro libro reeditado ahora es Andanzas del impresor Zollinger, de Pablo d’Ors, una parábola límpida sobre la condición humana que conviene releer y que ha recuperado Impedimenta tras haber publicado Biografía del silencio, en Siruela, y El olvido de sí, sobre Carlos de Foucauld, en Pre-Textos. Los textos de este sacerdote escritor ofrecen una veta de interioridad que no conviene dejar atrás.

“Estar a solas con un buen libro
es ser capaz de comprenderte
más a ti mismo”, decía
el ensayista Harold Bloom.

Y otros más que recomiendo, desde la última de mi siempre admirada Joyce Carol Oates, Mujer de Barro, el apasionante mundo de Cheever, cuyas memorias no dejan de asombrar por su pulso narrativo, más allá de sus contenidos críticos en temas morales, el mundo reflejado en Asesinos sin rostro, de Henning Mankell, o La trama nupcial, de Jeffrey Eugenides, el autor de Middlesex y Las vírgenes suicidas.

En España, vale la pena tomar un nuevo Chirbes, En la orilla, que nada tiene que envidiarle a su Crematorio. Irving vuelve con una historia espectacular sobre la identidad sexual en Personas como yo, una indagación en el alma humana. Hjalmar Söderberg nos viene servido por Alfabia con El juego serio. Y en prosa lusa, todo lo que Acantilado ha publicado de Vergílio Ferreira, pero especialmente Invocación a mi cuerpo.

Va llegando el final de la crónica. He seleccionado algunas, pero siempre, un clásico, y si hay alguno que valga la pena releer es Frankenstein o el moderno Prometeo, escrito en 1818 por Mary Shelley. Alucinante de veras.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.855 de Vida Nueva

Compartir