Los sin techo

(Carlos Amigo Vallejo– Cardenal arzobispo emérito de Sevilla)

“Estos casos se repiten. Unas veces por efecto de la crisis económica y, otras, por el derrumbe del matrimonio y de la familia. Hay unos casos especialmente inhumanos e injustos: la de los menores que, al separarse sus padres, quedan en una situación de rehenes, traídos y llevados de casa en casa, como si se tratara de los restos de una hecatombe familiar que hay que pasar de mano en mano”

Vamos, los que no tienen casa. Viven a la intemperie, entre cartones, en el zaguán de algún edificio semiabandonado o en una insignificante y medio derruida chabola. La situación no puede ser más precaria e incomprensible, si tenemos delante la lista de los derechos humanos.

A toda esa situación hay que añadir los hacinamientos en habitaciones malalquiladas y en condiciones de habitabilidad que no queremos ni imaginar.

Tener una vivienda se ha convertido en algo imposible de conseguir. Añádase a ello la cantidad de desalojados por no poder pagar la hipoteca, pues el desempleo les ha dejado sin recursos económicos para hacer frente a deuda alguna. Hay gentes que, aunque tengan vivienda, están con las carnes abiertas pensando que el techo que tienen encima, y en sentido figurado, se les puede caer en cualquier momento. Y aunque no se les derrumbe, no acaban de estar a gusto en esa situación tan precaria.

Aunque el fenómeno no sea nuevo, el grupo de los sin techo se ha agrandado últimamente con unas situaciones especiales, como los que han tenido que refugiarse en la casa de familiares y amigos. Viven de la hospitalidad y el amparo de los demás, que no siempre ofrecen de buena gana un espacio de su vivienda para un huésped no deseado.

Estos casos se repiten. Unas veces por efecto de la crisis económica y, otras, por el derrumbe del matrimonio y de la familia. Hay unos casos especialmente inhumanos e injustos: la de los menores que, al separarse sus padres, quedan en una situación de rehenes, traídos y llevados de casa en casa, como si se tratara de los restos de una hecatombe familiar que hay que pasar de mano en mano, y no siempre con la apertura al cariño que esos huérfanos de padres vivos necesitan.

Son criaturas sin techo fijo. ¿Dónde les toca dormir esta semana? No pueden elegir. Hay sentencias de alejamiento que los hijos no pueden comprender. Se han quedado sin techo, como vagabundos precoces en busca del puente familiar bajo el que cobijarse y encontrar un poco de cariño.

Otro espécimen muy particular es el de los del techo acomodaticio, según convenga y guste. Convierten la casa familiar en una especie de albergue a pensión completa. Allí están cuando conviene. No participan ni en las virtudes de la casa ni de las preocupaciones de la familia. Comen y duermen. Nada más. Están en la casa, pero no viven en ella, no tienen interés alguno en participar de lo que significa la vida en familia.

Decía Benedicto XVI: “El sentido de la fraternidad y de la solidaridad, y el sentido del bien común, se fundan en la vigilancia con respecto a sus hermanos y a la organización de la sociedad, dando un lugar a cada uno, a fin de que pueda vivir con dignidad, tener un techo y lo necesario para su existencia y para la de la familia que tiene a su cargo” (A la Academia de Ciencias Morales, 10-2-2007).

En el nº 2.733 de Vida Nueva.

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