Los papas también lloran

(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)

El Papa, reunido con víctimas de la pederastia en la muy católica isla de Malta, lloró. Pocas veces se ha visto a un Papa llorar públicamente. En Benedicto XVI no hay teatro. Sus lágrimas son prueba del dolor por la Iglesia y por las víctimas de la zafiedad de clérigos indignos. Como lo son también quienes se sonríen ante las lágrimas ajenas. Oscar Wilde decía que sólo se arrodillaba ante el dolor de alguien. Las lágrimas, para san Agustín, son “la sangre del alma”, y pocas palabras son tan eficaces y elocuentes como ellas. Y mientras el Papa lloraba en Malta por la suerte de las víctimas laceradas por curas y frailes depravados, un viejo cardenal, Darío Castrillón, viene a España, al cónclave reunido por Mendoza en Murcia para ensalzar la figura de Juan Pablo II y acelerar el “santo súbito”. Y va y salta diciendo, sin que le duelan prendas, que quien escondió y alabó la gestión oscurantista de un prelado francés ante un caso delictivo de pederastia fue el mismísimo Papa Wojtyla. Ilustrísima, no se mofe de las lágrimas del Papa y de tantas víctimas inocentes. Sea más prudente. Deje trabajar a quienes navegan hoy entre las tempestades que han traído aquellos vientos a los que usted no fue ajeno. Le recomiendo un lugar de retiro: la capilla franciscana Dominus Flevit (El Señor lloró), construida en Jerusalén, cerca del lugar en el cual Jesús lloró por la ciudad, por el mundo y por usted, monseñor. También por usted. No era ni el lugar, ni el momento de saldar venganzas curiales. El pueblo de Dios merece más respeto

Publicado en el nº 2.704 de Vida Nueva (del 24 al 30 de abril de 2010).

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