Los países más ricos vuelven a dar la espalda a África

La cumbre del G-8 en Japón concluye sin cumplir la promesa de doblar la ayuda a ese continente

(José Carlos Rodríguez) Desde que empezó el año 2008, la familia de Martin Mukasa, que vive en el arrabal de Kalerwe en Kampala (Uganda), ha tenido que tomar tres decisiones drásticas: comer una vez al día en lugar de las dos que hacían, recorrer a pie los siete kilómetros que van de su casa a la oficina donde trabaja, y… la más dolorosa: decidir cuál de sus tres hijos que cursan estudios secundarios dejará de ir a la escuela. ¿La causa? En casa falta dinero.

La crisis derivada del alza de los precios del petróleo y los alimentos ha hecho que todo haya subido muchísimo, excepto su salario, que es el mismo de hace tres años. Y tiene suerte de no estar entre los empleados que su empresa ha tenido que despedir en los últimos meses para salir a flote. Si así vive una familia africana de clase media, cuesta imaginarse cómo será en el caso de los que se hunden en situaciones de pobreza  extrema.

Cuando los dirigentes del G-8 se reunieron en 2005 en la cumbre de Gleneagles (Escocia), aún no había crisis alimentaria ni el precio del barril de petróleo se había disparado a 140 dólares (el doble que en 2007). Entonces prometieron aumentar la asistencia financiera para África hasta doblarla en 2010: ésta iba a pasar de 25.000 a 50.000 millones de dólares anuales. Hacía cinco años que Naciones Unidas había fijado los Objetivos del Milenio para reducir la pobreza en 2015 y esta política de doblar la ayuda al continente más pobre del mundo por parte de las naciones más ricas no podía venir en mejor momento.

Pero durante la última cumbre celebrada en Toyako (Japón), los líderes de los Estados Unidos, Japón, Canadá, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Rusia no quisieron confirmar que cumplirán esa promesa, ni tampoco que desembolsarán los miles de millones necesarios para combatir el sida, la malaria y la tuberculosis, otro compromiso adquirido en la cumbre de Heiligendamm (Alemania) en 2007, pero sin especificar los plazos de entrega. Por eso, para los muchos millones de africanos que, como Martin Mukasa, pagan a diario las consecuencias de la crisis económica mundial, la clausura de la reunión de Toyako es una mala noticia, que será difundida en un periódico local que ni siquiera podrán comprar. Y lo peor es que ha sucedido en un año que marca el ecuador de los Objetivos del Milenio. Los presidentes de los siete países africanos presentes en la cumbre (Nigeria, Suráfrica, Ghana, Tanzania, Etiopía, Senegal y Argelia) saben que tendrán que seguir gastando dinero en comida, a expensas de reducir gastos en salud y educación.

Petición del Papa

La verdad es que se veía venir. No en vano, el día anterior al inicio de la cumbre, Benedicto XVI urgió a los dirigentes del G-8 que tomaran medidas para luchar contra la pobreza en el mundo, recordándoles que mil millones de personas estaban en peligro de pasar hambre. El lobby formado por las ONG internacionales se ha encargado de recordarnos que era importante mantener la presión. El miembro del Comité para el Progreso de África (creado para seguir las decisiones de la cumbre escocesa), Bob Geldolf, señaló que la ayuda financiera prometida por el G-8 se ha quedado corta en al menos 40.000 millones de dólares. La conocida estrella de rock señaló que “ahora deberían haber llegado al 50% de su promesa, pero sólo alcanzan el 14%”

Si los líderes del G-8 pasaron como de puntillas sobre sus compromisos adquiridos -y poco cumplidos- para África, su tema estrella fue el cambio climático. Durante el último día de la cumbre acordaron reducir en un 50% las emisiones de carbono a la atmósfera para 2050, un compromiso que no satisfizo al grupo de países de economías emergentes (Brasil, China, India, Sudáfrica y México), los cuales pedían que los más industrializados predicaran con el ejemplo y aceptaran reducciones del 80%. Muchos activistas del medio ambiente calificaron la medida de “patética”, y el representante de Cáritas Internacional en la cumbre, Joseph Cornelius Donnelly, comentó que le sonaba a “una de las declaraciones de tipo vaso medio vacío-medio lleno a las que el G-8 nos tiene habituados”. Además, de aquí a 2050 parece un plazo muy largo para un tema muy importante como es el calentamiento global. Si dentro de unos años lo tratan con la poca seriedad que han hecho con el tema de la pobreza en África puede que no haya muchas razones para ser optimistas.

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