Los movimientos y la comunión eclesial

JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | La comunión preocupa en la Iglesia. En tiempos fuertes de secularismo, urge la comunión interna. En la forma de responder al reto está el peligro. No se puede llamar comunión a todo esfuerzo por cerrar filas, ahogando vida, escondiendo riqueza. Es un planteamiento bélico de la evangelización. Y algo de esto está pasando en una Iglesia que tiene miedo a la intemperie.

Hubo tiempos en los que los “ejércitos del Papa” corrían a las fronteras geográficas; después se situaron en las ideológicas. Allí estaban, sicut acies ordinata, columnas perfectamente alineadas. Había que hacer frente al turco, al hereje, al bereber, al modernista, al luterano, al librepensador… Hoy hay que hacer frente al secularismo interno, a la sociedad secularizada, al laicismo agresivo, al despotismo ilustrado de la Universidad y de la cultura. No hay que dar tregua ni cuartel. La guerra está planteada. Las nuevas huestes del Papa son ahora los nuevos movimientos que van surgiendo por doquier, nuevos soldados de los Estados Pontificios. Cuando se seca la fuente de la imaginación pastoral, muchos obispos prefieren conceder a los nuevos movimientos parcelas pastorales que a ellos corresponde articular en la rica comunión eclesial. Hace poco preguntaba a un insigne prelado sobre la presencia numerosa de un nuevo movimiento en su diócesis. La respuesta fue: “Es que son los que trabajan”.

No me lo puedo creer en boca de un pastor que ha de alentar el trabajo y tomar la batuta para que suene la sinfonía pastoral de todos. Ponen a estos nuevos ejércitos a guardar las puertas de la ciudad amenazada por el laicismo y se quedan con la ciudad entera, convirtiéndose en alguaciles de la ortodoxia. Les dan una mano y se toman el brazo. Los llamaron para una charla y les han hecho el discurso pastoral íntegro. Se han apropiado de la catequesis de adultos, de los medios de comunicación, de las aulas, de la catequesis, de la Universidad, de la formación del clero, de los seminarios y de los centros de formación…, y todo por falta de creatividad en los pastores que no han sabido armonizar institución y carisma en un ejercicio de sana comunión, pero era lo más cómodo ante el síndrome del erial evangelizador.

Una urgencia de armonía se echa en falta, en bien de la propia comunión. Hay analistas eclesiales que dicen que una de las tareas más urgentes del próximo pontífice será la de articular el misterio de la comunión ante los nuevos movimientos, sugiriendo, incluso, un sínodo que aborde el tema. Son cada vez más fuertes en las curias y dicasterios; en las diócesis y organigramas eclesiales . En muchas ocasiones se advierte un camino paralelo, nada convergente; una vida cristiana en dos vías, aunque se soslaye con doctrina de comunión. Quien determina la pastoral no es el obispo diocesano, sino el responsable de turno del movimiento.

Han crecido de forma desmesurada y se han ido ofreciendo en muchas ocasiones en lugares áridos en los que la responsabilidad de los pastores diocesanos se ha visto desbordada por la increencia y por una sociedad para la que no estaban preparados y que pedía tratamientos de urgencia. Los movimientos han de ayudar a fecundar a la Iglesia, no a sustituir las labores que son responsabilidad de los obispos que, con solicitud pastoral, deben armonizar.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.749 de Vida Nueva

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