Los misioneros disminuyen, la misión progresa

AGUSTÍN ARTECHE GOROSTEGUI, M. Afr. | El fenómeno es real y constatable desde hace varios años: el número de misioneros extranjeros, que trabajan en los llamados países de misión, disminuye a pasos agigantados. Los misioneros de los años 60 y 70 vuelven a sus países de origen, fatigados, enfermos o cargados de años. Muy pronto les seguirán los pocos que aún quedan. Todos vuelven con la perspectiva de un horizonte vocacional de sustitución casi nulo. Los misioneros al estilo clásico tocan a rebato, anunciando el final de una época, mientras que las residencias de las congregaciones misioneras en Europa y América se llenan de misioneros que vienen a sus países de origen a disfrutar en paz los últimos años de sus vidas.

Esta disminución de misioneros extranjeros puede parecer, a primera vista, una catástrofe para la obra misionera de la Iglesia. Pero no es un fracaso; es, más bien, misión cumplida.

Si miramos las estadísticas, la disminución del número de misioneros está compensada por el crecimiento del número de sacerdotes tanto diocesanos como religiosos y el aumento considerable del cristianismo, por ejemplo, en África. Se da la paradoja de que el número de los misioneros disminuye, pero el de los sacerdotes y el de los cristianos aumenta.

Cuando, a finales de los años 50 y comienzos del 60, la mayoría de los países africanos accedió a la independencia, los sacerdotes nativos eran una minoría. Por ejemplo, a mi llegada a Burkina en enero de 1968, los Misioneros de África (Padres Blancos) éramos más de 200, el doble numéricamente de los sacerdotes nativos. Ahora, al cabo de cincuenta años, el número de misioneros se ha reducido considerablemente, y apenas representan un centenar, mientras que los sacerdotes y religiosos nativos sobrepasan el millar. Algo parecido ocurre con el porcentaje de cristianos, que ha pasado del 3% al casi 30% en el mismo período de tiempo.

La actividad misionera estuvo orientada al anuncio del Evangelio y a la formación de una Iglesia local cristiana, abierta a la universalidad, pero también autosuficiente, tanto en lo cultural como en lo religioso. Pero la relación de las nuevas Iglesias con respecto a las Iglesias madres de Europa y América es todavía, en parte, de dependencia cultural y económica. Es un proceso que requiere tiempo y madurez evangélica, aprecio mutuo y una solidaridad humilde y alejada de paternalismos.

No todas las estructuras legadas por la Iglesia misionera son compatibles con las sensibilidades y posibilidades de las nuevas Iglesias. Les toca a ellas buscar las soluciones que corresponden a su propia cultura.

Las congregaciones religiosas consideran el fenómeno de la disminución de los misioneros con optimismo y esperanza, pero no exento de incertidumbres y problemas. En Europa, la sequía de vocaciones es probablemente irreversible. En África y América, sin embargo, las vocaciones a la Vida Religiosa y al sacerdocio son numerosas. En tiempos no muy lejanos, la respuesta de las congregaciones misioneras a los posibles candidatos era más bien negativa. La incorporación de los nativos a las congregaciones misioneras era algo excepcional. El motivo era muy sencillo: había que favorecer el desarrollo de las Iglesias locales.

Ahora, la tendencia generalizada es dar cauce, en el seno de las congregaciones misioneras, a las vocaciones nativas. Los motivos no son egoístas. No se trata de asegurar la supervivencia de la institución, ni tampoco de permitir a las viejas generaciones una vejez tranquila. Se trata más bien de dar cauce a la vocación misionera de los jóvenes nativos, atraídos por el  particular carisma de las diferentes congregaciones misioneras: Javerianos, Combonianos, Misioneros de la Consolata, Espiritanos, Misioneros de África (Padres Blancos), etc. Pero es un reto difícil. La convivencia y el trabajo de misioneros provenientes de países y culturas diferentes requiere sacrificios y capacidad de diálogo, que no se consiguen fácilmente. La experiencia vivida nos muestra que, a pesar de las inevitables dificultades, estamos en el buen camino.

Los misioneros de corte clásico están llamados probablemente a desaparecer. Pero la misión de la Iglesia continúa. El mundo cambia. Las congregaciones religiosas se adaptan a los cambios del mundo. Aceptando la interculturalidad entre sus miembros, las congregaciones misioneras están llamadas a ser el prototipo de un mundo nuevo, en donde es posible vivir y amarse a pesar de las diferencias de raza, sexo y religión.

En el nº 2.768 de Vida Nueva.

INFORMACIÓN RELACIONADA

Compartir