Los frutos y el conocimiento

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

Los frutos son buenos, pero los sembradores… Y sacamos al reportero, trayendo de acá para allá, cuadros estadísticos con líneas de quiebra más que preocupantes: instituciones gloriosas casi a punto de desaparecer, envejecimiento de los que están y sin atisbo de nuevas vocaciones… ¡Para echarse las manos a la cabeza!

Y, ahora, a contemplar uno de esos programas televisivos que podríamos llamar “consagrados por el mundo”. Monjes y monjas, religiosos y religiosas, institutos seculares, sociedades de vida apostólica… realizando admirables acciones evangelizadoras que sorprenden por la relación entre los recursos humanos y económicos y la obra de fe, de promoción humana, de trabajo por la justicia y la paz. Estos son los frutos de una pobreza real, en muchas maneras diferente, que hacen pensar en el árbol de donde proceden. Esta es la garantía de la autenticidad de la vida entregada de esas personas. Las que están sirviendo en países lejanos y en los barrios más deteriorados de las grandes ciudades. Junto a los inmigrantes, a los refugiados, a las personas sin techo, sin pan… Y en el mundo de la educación, de la cultura, de la vida y misión eclesial en todas sus formas.

Habrán envejecido las personas, pero la vocación permanentemente joven enciende luces nuevas para seguir sirviendo a la Iglesia y a la humanidad con el carisma y la misión que han recibido y se les ha encomendado. Han recogido las palabras de los últimos papas, que les animaban a dar participación de su carisma y vocación a otras personas.

Las limitaciones humanas no pueden impedir que estas personas consagradas sean auténticos testigos de la esperanza y de la alegría. Llegarán nuevas formas de vida consagrada, no solamente por una organización canónica distinta, sino por la razón de esperanza y de alegría que manifiesta y que son fruto admirable de una vida entregada a Dios.

Sorpresa y admiración ante los increíbles números que se ofrecen sobre obras y frutos de ayuda a los necesitados. Pero la vida consagrada no sabe de estadísticas, de razones sociológicas, de los análisis de prospectiva, ni del aplauso ni de la indiferencia. La razón de su vida es otra: buscar a Dios y hablar de Dios, en obras y palabras, en una vida oculta y contemplativa o entre las calles y plazas del mundo, de que la paz, la justicia y el amor cristiano son más que posibles.

Publicado en el número 3.023 de Vida Nueva. Ver sumario

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