Los ‘errores’ del Concilio

(José Miguel Núñez, SDB)

“Hay quien se empeña en achacar al Concilio Vaticano II todos los males que afligen a la Iglesia en este tiempo. No dudan en hablar de los errores de un Concilio Ecuménico en el que la Iglesia ha querido ser dócil al Espíritu para continuar, en nombre de Jesús, con su misión en el mundo. Poner en causa el Concilio es poner en causa la Iglesia”

Hay quien se empeña en achacar al Concilio Vaticano II todos los males que afligen a la Iglesia en este tiempo. No dudan en hablar de los errores de un Concilio Ecuménico en el que la Iglesia ha querido ser dócil al Espíritu para continuar, en nombre de Jesús, con su misión en el mundo. Poner en causa el Concilio es poner en causa la Iglesia.

Puede que no todos los procesos posconciliares hayan sido acertados. Pero de ahí a cuestionar y oscurecer un acontecimiento de tal calibre y de tan decisiva importancia para la Iglesia de hoy va un buen trecho. Todos sabemos de los abundantes frutos que ha producido en la comunidad eclesial este acontecimiento del Espíritu. No querer verlos es solo expresión de una miopía ideológica.

Le oí hace tiempo a un teólogo explicando el proceso conciliar que la diferencia entre un médico que utiliza el bisturí en una operación y el asesino que usa el cuchillo para matar a su víctima es muy sutil. Ambos desgarran e hieren, pero la diferencia está en la intención. El primero quiere salvar, el segundo apuesta por la iniquidad y la muerte.

De igual modo, la diferencia entre quien analiza una situación desde una perspectiva crítica y quien lo hace desde un ángulo ideológico está en la voluntad manipuladora.

Querer someter al Concilio Vaticano II a los postulados de quienes, enquistados en sus prejuicios, nunca aceptaron el Concilio es un despropósito. Pretender achacarle todos los males eclesiales de nuestros días es, simplemente, torticero.

Atribuir a Benedicto XVI la voluntad de acabar con los errores del Concilio es un error de estrategia de quienes enarbolan la añeja bandera del conservadurismo y sus consecuencias con las que el Papa no comulgaría, porque son, ni más ni menos, ruedas de molino.

En el nº 2.743 de Vida Nueva.

Compartir