Los dramas imaginarios

pablo-dors(Pablo d’Ors– Sacerdote y escritor)

“Pasó de un drama a otro, a cual más grande, hasta que me di cuenta (¡cómo pude tardar tanto!) de que se los inventaba. Sí, por alguna razón se imaginaba aquellas desgracias. ¿Qué era lo que buscaba? ¿La absolución? ¿Mi palabra? ¿Acaso tan sólo mi tiempo?”

Una señora entró el otro día a mi despacho y enseguida se puso a hablar, sin apenas dejarme meter baza. Primero me contó que su marido tenía un cáncer, luego que la pegaba; más tarde que le había sido infiel y, por último, que había intentado suicidarse. ¿Por último? No. Pasó de un drama a otro, a cual más grande, hasta que me di cuenta (¡cómo pude tardar tanto!) de que se los inventaba. Sí, por alguna razón se imaginaba aquellas desgracias. ¿Qué era lo que buscaba? ¿La absolución? ¿Mi palabra? ¿Acaso tan sólo mi tiempo? Lo único que estaba claro era que por nada del mundo abandonaría mi despacho. No esperaba mi absolución, puesto que no me daba ocasión para que se la brindara; tampoco mi palabra, puesto que apenas me dejaba intervenir. Hablaba y hablaba y, mientras lo hacía, más clara era mi impresión de que se había hecho fuerte en su butaca. Nadie habría podido expulsarla de ahí, lo vi con suma claridad. ¿Cuánto tiempo pasaría? ¿Media hora, una? Por fortuna, Dios mismo acudió en mi ayuda. “Debo celebrar la misa”, dije tras consultar el reloj; pero lo dije mientras ella hablaba, pues no me concedía ese silencio en el que poder encajar estas pocas palabras. Sin ceder en su verborrea, ella acusó el golpe y se removió inquieta; pero no quiso darme crédito, de modo que tuve que incorporarme. En vano: continuó hablando y, como había supuesto, se aferraba cada vez más a sus dramas imaginarios. “Mi marido tiene cáncer”, insistía. “Intentó suicidarse”, repitió. “Le he sido infiel”, dijo por vigésimo quinta vez. Y empezó de nuevo con lo mismo, o continuó con ello, quién puede saberlo, mientras comencé a revestirme para la celebración. Una vez revestido la tomé de la mano y, mientras seguía hablando, la incorporé. La acompañé suave pero decididamente hasta la puerta, aunque continuaba repitiendo sus problemas. Medio minuto después, con el corazón y la mente llenos de sus palabras, salí en silencio al altar.

En el nº 2.655 de Vida Nueva.

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