Lo que merma la santidad

JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Son muchos más quienes, aun sin estar declarados oficialmente santos, han trabajado por la Iglesia en los pontificados de ese último medio siglo. Les tocó a unos trabajar en el corazón y, a otros, en los márgenes. Ha habido y hay muchos santos anónimos, cuyos procesos no se han abierto por falta de quienes los promuevan o porque su sencillez ha llegado hasta ahí: el grano de trigo que cae en tierra y muere. Su fecundidad es anónima también.

Pero junto a estos dos papas que ahora la Iglesia canonizará, hay laicos, religiosos y sacerdotes que han trabajado por la Iglesia en el anonimato y han sufrido por ella, incluso las incomprensiones y las acusaciones de quienes los apartaron y escondieron. No eran ellos los que hicieron sufrir a mucha gente, sino los círculos de “mandarines” que tanto daño les causaron. Benedicto XVI les llamó “lobos”.

Una vez recibió Juan Pablo II al obispo de Tenerife, Felipe Fernández, y le dio saludos para las monjas carmelitas de Ávila, en donde lo encontró en 1982 como obispo. “No estoy allí. Usted me cambió”. El Papa le respondió: “Le puedo asegurar que yo no lo cambié. No lo sabía”. Y tantas cosas debían haberse sabido y nunca supieron

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.865 de Vida Nueva

Compartir