Lenguas vivas y muertas

Alberto Iniesta(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)

“Con su impulso misionero, desde los primeros discípulos, la Iglesia ha sido la gran traductora, creadora de diccionarios y editora de todos los idiomas del mundo, para anunciar el Evangelio hasta los últimos rincones de la tierra”

Las lenguas vivas se están muriendo lentamente. Al menos, gran parte de ellas. Así, mientras que en 2000 había más de diez mil idiomas en activo, actualmente han bajado a 6.700. Un idioma es como una cosmovisión del mundo circundante, más o menos mítica o científica, y puede quedar escrito y hasta grabado, pero el idioma muere cuando su último hablante exhala el último suspiro.

El primero en componer un idioma ha sido el mismo Dios, que nos habla por la naturaleza; por el cielo y por el suelo, el río y el desierto, el parto y el entierro, el ruiseñor y el grillo… Cuanto mejor se conoce por la ciencia moderna la perfecta organización, la inagotable imaginación y las asombrosas dimensiones, del macrocosmos al microcosmos, mayor asombro suscita la creación de un Dios poderoso que nos ama y nos cuida.

Pero además de hablarnos con su propio lenguaje, Dios ha tomado los nuestros para enviarnos sus mensajes. Y el primero de todos fue un lenguaje popular, el arameo, que fue la lengua materna de Jesús, no el hebreo, ni el griego ni el latín. Después, Dios nos ha hablado en esos y otros muchos más. Con su impulso misionero, desde los primeros discípulos, la Iglesia ha sido la gran traductora, creadora de diccionarios y editora de todos los idiomas del mundo, para anunciar el Evangelio hasta los últimos rincones de la tierra. En ocasiones, la misión cristiana ha estado centrada casi exclusivamente en la visión occidental de la Revelación. Pero, especialmente desde el Concilio, la misionología católica aprecia en gran manera el valor potencial de toda cultura y toda lengua como vehículo de la Palabra divina.

Un ejemplo de ello lo tenemos en la decisión de la diócesis de Chiapas de no permitir la entrada en su seminario a ningún candidato sin conocer alguna de las lenguas autóctonas de aquellos pueblos, muy numerosas en cada diócesis. Todas las lenguas morirán, pero hay una que vivirá para siempre: la lengua de Cristo y de la Iglesia, el Sacramento y la Palabra de Dios.

ainiesta@vidanueva.es

En el nº 2.670 de Vida Nueva.

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