‘Laudato si”: un inaplazable cambio de ruta

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JUAN JOSÉ OMELLA | Obispo responsable de la Pastoral Social de la CEE

¿Qué es lo que ha movido al Papa a escribir Laudato si’? Seguramente habrá muchas razones, pero la primera, y que él viene manifestando hace ya tiempo, se condensa en otra pregunta: ¿qué mundo queremos dejar a los niños que están creciendo? Francisco, a este mundo nuestro –del que Dios, tras crearlo, dijo que “era muy bueno”– lo califica de forma entrañable como “nuestra casa”. Y la compara con “nuestra hermana”, con la que compartimos la existencia, o una “madre bella” que nos acoge en sus brazos.

Pero somos conscientes de que el planeta está siendo maltratado y saqueado desde hace muchos años, con el consiguiente dolor para tantos y tantos abandonados, pobres, marginados, cuyos gemidos claman al cielo. De ahí que Francisco –como sus antecesores san Juan Pablo II y Benedicto XVI– hable de la urgencia de una conversión ecológica, de un cambio de ruta inaplazable.

El Papa presta atención a la sensibilidad que el hombre de hoy muestra por todo lo que afecta a la naturaleza y a tantos desastres naturales, signo de lo que se avecina si no se pone remedio. Y habla de “una sincera preocupación por lo que está ocurriendo en nuestro planeta”, a la par que constata un dato esperanzador: “La humanidad tiene aún capacidad para reconstruir nuestra casa común”. Quiere hacernos caer en la cuenta del grito de dolor del planeta, que él ha hecho suyo.

Pero, junto a ese grito, lanza un mensaje alentador: “No todo está perdido, las cosas tienen remedio, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, pueden también superarse, volver a elegir el bien y regenerarse”. Nos invita, pues, a la conversión, a una nueva manera de mirar la creación y de estar en medio del mundo.

La encíclica está pensada para los fieles católicos. Y, en este sentido, Francisco nos recuerda una cita muy certera de Juan Pablo II: “Los cristianos, de manera muy particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y con el Creador, forman parte de su fe”. Y es verdad. Los cristianos nos vemos obligados a la conservación de la naturaleza y del mundo por un plus de ejemplaridad que nace de nuestra condición de creyentes.

Pero Laudato si’ no se limita a la defensa y protección del medio ambiente, sino que nos dice que la raíz de todo el desorden ecológico se encuentra en el hombre y que una ecología que intente dar respuestas reales ha de ser profundamente humana. Sin el hombre no cabe hablar de verdadera ecología.

Es cierto que el hombre y su tecnología han mejorado las condiciones de vida, eso sí, a costa de un empobrecimiento de la naturaleza, y con el agravante de que esa mejora no ha afectado a todos. De hecho, las poblaciones débiles cada vez son más débiles.

El Papa habla de “un exceso de antropocentrismo”, de una postura del hombre ante lo creado centrada exclusivamente en él y en su poder. Este exceso clamoroso está originando un cambio climático, la privación de agua potable a millones de seres humanos en las regiones más pobres y una pérdida de biodiversidad que lleva cada año a la extinción a especies animales y botánicas. Por no hablar de la deuda ecológica del Norte con el Sur…

Por ello, hay que volver a una ecología integral, “que sitúe al ser humano en el lugar peculiar que le corresponde en este mundo y que establezca ordenadamente sus relaciones con la realidad que lo rodea”. La naturaleza no se puede concebir como algo separado de los hombres ni –y esto es muy interesante– “como un mero marco de nuestra vida humana”. Dios vio que todo lo hecho era bueno y situó al hombre en el lugar que le correspondía.

Francisco nos brinda aspectos concretos que enmarcan la ecología integral tal como la concibe, y que merecen ser reflexionados en nuestras comunidades para hacerlos vida:

  • Debe haber un vínculo entre los asuntos ambientales y las cuestiones sociales humanas. Y, ¡atención!, ese vínculo no debe romperse nunca.
  • La ecología integral es inseparable de la noción del bien común, hasta el punto de que “esforzarse por conseguirlo ha de suponer adoptar opciones solidarias precisamente con los más pobres”. No olvidemos que el Papa ha planteado esta encíclica pensando en qué mundo legaremos a quienes nos sucedan.
  • Finalmente, la ecología integral implica la vida cotidiana. Aquí entramos todos. Francisco habla de la enorme capacidad del ser humano para adaptarse y de su admirable creatividad y generosidad para devover al medio ambiente aquello que es consustancial a este, tal como Dios lo creó. Y, así, nos anima a “un mejoramiento integral en la calidad de la vida humana en los espacios públicos, la vivienda, los transportes, etc.”.

En el nº 2.947 de Vida Nueva.

 

ESPECIAL ENCÍCLICA ‘LAUDATO SI”

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