Las misiones, heraldos del Resucitado

(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)

“La Iglesia misionera es el gran altavoz de la evangelización, no sólo para los de fuera, sino también para nosotros, los de dentro, recordándonos no sólo que todos debemos evangelizar, sino también en qué consiste”

Los misioneros y misioneras son un lujo, un verdadero orgullo de la Iglesia, una gran minoría de cristianos que han tomado completamente en serio su vocación, su entrega a Cristo con toda su radicalidad y consecuencias. Cuando en cualquier país sucede alguna catástrofe o desgracia, llegan los medios de comunicación social, y, a veces, les preguntan qué hacen y por qué están allí, dando testimonios heroicos de generosidad y de servicio. Entonces, bien podrían contestar:

– En el fondo, no se debe a mi buen corazón ni a mi generosidad, sino que todo viene de que Dios se nos ha manifestado en su Hijo, que se hizo hombre por salvarnos, murió, resucitó, sigue viviendo entre nosotros, y me ha pedido con infinito amor que cumpla esta misión. Jesucristo es para mí el centro de mi vida, y no se lo podía negar. Por eso vine, por eso estoy, y por eso espero estar aquí toda mi vida, mientras pueda. 

– ¿Y esa misión religiosa no puede alejarle del compromiso temporal por la justicia, la cultura, el desarrollo y la liberación de los pobres, los explotados y oprimidos?

– Pues no, señor. Precisamente es él quien me dio fuerza para venir y para seguir aquí, sacrificando mi vida anterior, para dar testimonio de Jesucristo, salvador del mundo, ahora en el tiempo y luego en el Reino de Dios eternamente.

Por eso, la Iglesia misionera es el gran altavoz de la evangelización, no sólo para los de fuera, sino también para nosotros, los de dentro, recordándonos no sólo que todos debemos evangelizar, sino también en qué consiste, que no es sólo -aunque también- dar testimonio de la existencia de Dios y defender la moral natural en nuestra sociedad, sino anunciar o recordar la presencia de Jesucristo resucitado entre los hombres. Bien merecen, por tanto, que recemos asiduamente por ellos, y les ayudemos con todos nuestros medios.

En el nº 2.639 de Vida Nueva.

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