La Vida Religiosa: decidir en tiempos de carencia

religioso camina en el andén de una estación al lado de un tren

religioso camina en el andén de una estación al lado de un tren

LLUÍS SERRA LLANSANA, secretario general de la Unión de Religiosos de Cataluña | La Vida Religiosa está mirando la realidad de frente, con lucidez y esperanza. En muchos países de Europa, el decrecimiento vocacional impone desde hace lustros replantear la presencia en la misión y discernir prioridades, así como facilitar la animación y el gobierno de las comunidades y las obras.

Su carácter itinerante, excepto en los monasterios que optan por la estabilidad, como se refleja en la película De dioses y hombres, compagina con esta nueva tarea: reestructurar unidades administrativas e integrar provincias. No es solo una decisión estratégica. Se persigue la vitalidad.

Estos retos, en muchos casos, han permitido descubrir una dimensión novedosa de los laicos, más allá del fenómeno de la sustitución. Una vocación específica que se alimenta de los carismas propios de la Vida Religiosa. Una Vida Religiosa que descubre más que nunca la fuerza en la fragilidad, la fe en la minoría creativa sin las seguridades de las masas, la esperanza en el crepúsculo del brillo social, el amor como desposeimiento de intereses al servicio de los más pobres y necesitados. El profetismo hoy acoge en la misma comunidad gente de distintos países, lenguas y sensibilidades. La caridad es su factor de cohesión.

Saber afrontar la reducción no es tarea fácil, pero el objetivo sigue vigente: “Como quiera que la última norma de Vida Religiosa es el seguimiento de Cristo, tal como lo propone el Evangelio, todos los Institutos han de tenerlo como regla suprema (Perfectae caritatis, 2,a)”.

Existen riesgos: confundir disminución con decadencia y esperanza con resignación. La geografía más amplia de las provincias puede abocar en la dispersión y en el alejamiento de las personas. Sería un error hacer prevalecer la gestión sobre la pastoral y la vida comunitaria, así como la concentración de curias en una misma zona sobre un equilibro territorial de centros de decisión.

El dilema está claro: agotar las existencias o traspasar la herencia. Se nos pide la versatilidad de una canoa en vez de los movimientos de un transatlántico. Tras el crepúsculo y la noche, surge un nuevo amanecer. Y, después de haberlo discernido todo, saber que estamos en las manos de Dios.

En el nº 2.834 de Vida Nueva.

 

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