La torre y el magistral

(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)

La heroica ciudad dormía la siesta mientras la torre de la Santa Basílica de Vetusta se alza enhiesta como poema romántico, himno de belleza perenne, índice de piedra señalando al cielo; no con aguja quebradiza, sino maciza. Haz de músculos y nervios, la piedra enroscándose en la piedra y trepando a la altura. Y sigue Clarín en su Regenta comparando la torre con don Fermín del Pas, adalid de la codicia del poder: “Se contentaba con menos pero lo quería con más fuerza, lo necesitaba más cerca; era el hambre que no espera, la sed en el desierto que abrasa y se satisface en el charco impuro sin aguardar a descubrir la fuente que está lejos en lugar desconocido. Él era el amo del amo. No renunciaba a subir”. La torre y el magistral, dos elementos de un escenario que tiene eco en castas trepadoras en los aledaños del poder. A la Iglesia daña más esta especie que el ateísmo militante. Un servicio desde la caridad pastoral impone un estilo de entrega que se aleje del vicio de sacristía, del despacho levítico, de inciensos y letanías, del codazo y la maledicencia que supura veneno y pone zancadillas. Cuanto más se da hoy en la sociedad este vicio trepador, muy común, por otra parte, mucho menos se tiene que dar en la Iglesia. Se gastan muchas fuerzas en la ironía eclesiástica, en el chisme rancio y en la calumnia. Hoy en muchos rincones de la Iglesia se reproduce el axfisiante mundo de Vetusta, que cercena tantas buenas voluntades. Invito a un ejercicio de lejanía de los nidos de sacristía por pura higiene, primero; después, por necesario testimonio evangélico y eclesial.

Publicado en el nº 2.677 de Vida Nueva (del 3 al 9 de octubre de 2009).

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