La sensibilidad latina en la Curia romana

JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Octubre de 2010 en la Via della Conciliazione en Roma. Encuentro a un grupo de obispos latinoamericanos. No estaban de visita ad limina. Estaban locuaces; con esa amplia sonrisa de aquellas gentes. Me dicen a bocajarro: “¡Llevamos unos días esperando que nos reciba el Papa y esperaremos lo que haga falta!”. Se quejaban de que faltaban cauces para que Benedicto XVI los escuchara. Entre otras cosas, querían salvar su dignidad frente a los ataques del embajador de su país en el Vaticano.

Movieron sus hilos y el Papa, extrañado cuando se lo dijeron, les hizo un hueco en la agenda, poco antes de un encuentro con periodistas católicos. Hay quien dice que en la Curia vaticana falta sensibilidad para con los temas latinoamericanos, ahora que faltan López Trujillo, Darío Castrillón y que el cardenal Re ya no está. Antes venían y encontraban una red vaticana, muy cercana a Juan Pablo II, que atendía esos asuntos, que unas veces eran eclesiales, y otras menos.

En Roma, aunque no lo parezca, se sigue mirando a los países latinoamericanos con más esperanza que ardor; con más realismo que ilusionismo y con más estrategia eclesial que política, aunque no es oro todo lo que reluce. Nadie puede negar que América Latina es una de las grandes esperanzas para la Iglesia, pese a que allí los problemas tienen otro enfoque, aunque no se puede meter en el mismo saco a países tan distantes y tan distintos, aunque los una la lengua.

Juan Pablo II, en sus viajes al continente, rectificó la hoja de ruta que se venía siguendo. Benedicto XVI hace lo propio desde una pausada estrategia con más acento eclesial que político.

El nuevo prefecto de la Congregación para los Obispos, Marc Ouellet, un canadiense que ha desarrollado gran parte de su biografía sacerdotal en Colombia y que comparte el cargo con el de presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, es una de las importantes cabezas de puente en esta estrategia. Y, allá, dos figuras emergentes, ya en cargos directivos del CELAM: Carlos Aguiar, arzobispo de Tlalnepantla, en México, y Rubén Salazar, arzobispo de Bogotá.

Una nueva etapa se abre. El Plan Global, nacido de Aparecida, cumple este año y se diseña uno nuevo. En el horizonte, la JMJ de Brasil 2013, el país con más católicos del mundo. Muchos retos quedan para el nuevo organigrama de pastores que relevarán a los históricos. Entre ellos, una tercera vía que haga de aquella Iglesia un referente de justicia y paz sin tener que involucrarse en política, la escucha de una Teología de la Liberación que se va reformulando, un trabajo conjunto para que se conozca la Palabra de Dios, arma usada por las sectas que invaden su terreno.

Sin embargo, lo que se pide en ese nuevo panorama es un talante distinto en el episcopado, que en países como Argentina o Ecuador sufre fuerte división.  La llegada de un ultracatolicismo militante choca con la militancia de quienes aún siguen los postulados de la Teología de la Liberación. Más que nunca urge un perfil de obispo conciliador. Roma no pierde la hoja de ruta. El CELAM no puede perder vigor. La lejanía geográfica no es ya obstáculo. Las cabezas de puente están preparadas. Hay que seguir con la tarea que evite choques como los que se han dado en Ecuador y que se repiten en otros lugares.

En el nº 2.766 de Vida Nueva.

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