La Santina bendice a los jóvenes peregrinos de Alcalá

Cerca de 350 chavales rezaron en la gruta de Covadonga

(Miguel Ángel Malavia) Alrededor de 350 jóvenes de la diócesis de Alcalá de Henares peregrinaron entre los días 17 y 19 al santuario de Covadonga y a Oviedo con motivo del Año Santo de la Cruz, organizado por el arzobispado ovetense. Su delegado de Infancia y Juventud, Alberto Raposo, organizador del encuentro, se mostraba “realmente satisfecho”, pues cada vez son más los chavales que participan en las numerosas convocatorias de una diócesis muy activa en la pastoral juvenil. En los últimos años ya se han celebrado jornadas parecidas en Guadalupe, Lourdes, Roma, Santiago… o en las Jornadas Mundiales de la Juventud de Colonia y Sydney.

La peregrinación partió de Alcalá a las 5 de la tarde del viernes, saliendo un total de seis autobuses (un séptimo lo hizo dos horas después para aquellos que tenían problemas de horario), llegando ya de medianoche al Seminario Mayor de Oviedo, que acogió con toda la hospitalidad a unos chicos que, a pesar del cansancio, llegaban sin demasiadas ganas de dormir. Y eso que al día siguiente la jornada comenzó bien temprano; a las 8 de la mañana ya estaban todos listos rezando laudes en el patio. Tras el preceptivo desayuno, llegó la hora de la catequesis, dividiéndose los chicos en 22 grupos, según las edades. Pese a la presencia de unos 15 sacerdotes, todos fueron dirigidos por laicos. En uno de ellos, Luis Eduardo, seminarista que se ordena este sábado como diácono, destacó el porqué de la importancia de estos encuentros: “Vivimos en un mundo que nos dice que la fe es mentira. Viendo todo lo que nos rodea, notas que vas a contracorriente. Por eso son necesarias jornadas como ésta, para ver que no estás sólo, que son muchos como tú los que se arrodillan ante el Santísimo porque ven algo más que un trozo de pan. Y eso te da mucha fuerza”. Tras la catequesis, de vuelta a los autobuses… y a Covadonga. La Santina pareció acoger con una sonrisa a la oleada de imberbes (la media de edad se situaba en torno a los 17 años) que se postraban alegres ante ella, junto a la tumba de un testigo de excepción: Don Pelayo.

Después de la comida, a base de bocatas y sidra (el bar del santuario hizo su agosto, agotando todas las provisiones de la bebida asturiana más típica), a las cuatro de la tarde se celebró una bella Eucaristía en la basílica del santuario. Ya de vuelta en el seminario, la cena compartida precedió a un breve paseo hasta una parroquia cercana. Allí, llegando a la medianoche, se celebró una vigilia con un ambiente propicio para las numerosas confesiones. Puesto que se trataba de un Jubileo, todos querían ganar el premio de la indulgencia plenaria.

El domingo comenzó con una ducha en la que el agua fría sustituyó al café y eliminó de golpe los bostezos. De nuevo, las catequesis dieron lugar a interesantes debates y testimonios. Luego, todos acudieron hasta la catedral. La Misa Solemne del Jubileo concluyó con la posterior visita a la Cámara Santa, en la que pudieron contemplar el Santo Sudario (la leyenda dice que fue el que realmente cubrió el rostro ensangrentado de Cristo en la Pasión) y la Cruz de la Victoria que Don Pelayo portó en su triunfal batalla frente a los musulmanes en Covadonga. El sacerdote que explicaba la muestra les dijo a los chicos cuál era a clave para entender lo que significaba aquel trozo de madera recubierto de oro: “Se dice que quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija. ¿Qué mejor árbol que el de la Cruz de la Vida?”.

Después de comer, llegó el largo viaje de vuelta, en el que la alegría se fundió con los sueños. Con la sonrisa de la Santina.

En el nº 2.633 de Vida Nueva.

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