La Roja y España

(Ramón Armengod– Madrid) “España no hay más que una”, como decía una cancioncilla de mediados del siglo XX. Después, la Transición empalideció el concepto que iba detrás de la canción y se abrió un tiempo que ha convertido a España en parte indiscutida de la Europa liberal, democrática y decadente.

La recepción abrumadoramente patriótica y democrática dada estos días al equipo ganador de la Copa del Mundo de fútbol no ha tenido precedente en ninguna de las fechas políticas que han ido abriendo nuestro país al mundo: recuerdo mi participación en los fastos de Estrasburgo, cuando ingresamos en el Mercado Común: fueron ocasión para que el Gobierno de Felipe González y para que nuestro Rey Constitucional ocupasen los puestos que aún tenemos en la Unión Europea, aunque la presidencia española de la misma se haya desarrollado hace muy poco sin pena ni gloria.

En cambio, la participación y el éxito de la escuadra nacional, “la Roja”, en el campeonato mundial de fútbol, ha reavivado el orgullo de ser español, la fuerza de poder exteriorizar el sentimiento nacional, el deseo de que la bandera española nos represente a todos con naturalidad. La victoria del equipo español en la “final” ha abierto la puerta al sentimiento nacional, reprimido desde hace años: alardear de la bandera de España era calificado como algo arcaico, “facha”, “franquista”, sentimiento mantenido vivo por la identificación por cierta derecha de lo español sólo con el pasado tanto grandioso como deleznable; juego en el que el Partido Socialista ha intervenido a favor suyo.

Durante años, hemos tragado y tragado; decir España era ir contra la libertad y la democracia, y un equipo de fútbol nos ha enseñado que la ausencia de complejos, la fe en nuestras posibilidades y la pertenencia, doble pero no contrapuesta, a un equipo regional y a la selección nacional, no perjudica a la nacionalidad española.

Vicente del Bosque, Íker, Villa, Iniesta, Carles Puyol, han acertado, más que Zapatero o Rajoy, como líderes nacionales, y, también merece la pena subrayarlo con alegría, la Corona, gracias al Rey, a la presencia y esfuerzo de la Reina, a la participación de los Príncipes de Asturias, ha ostentado una representación necesaria del pueblo español, fuera y dentro de nuestro país: el icono internacional español.

El presidente Rodríguez Zapatero estuvo acertado al decir: “Esta Copa la han ganado ellos, los jugadores: pero es de todos los españoles y de tantas generaciones que también lo han intentado. Han ganado los mejores por jugar en equipo, por jugar limpio y por saber estar en el campo y fuera del campo, como buena gente”. “No hay mejor referente para nuestra juventud que quien, con orgullo, viste ‘la Roja’ y defiende la bandera que vosotros defendéis”, sacando esta ocasión triunfal del impresentable juego político actual de nuestra democracia, del que él mismo también es responsable.

Ojalá no se olviden de este evento  quienes viven de la instigación separatista, de dibujar un Estado en el que las Autonomías tienden a convertirse de partes a herederas, en el que una Confederación Republicana no sería una solución, sino un desmembramiento, un nuevo mundo de taifas en el segundo milenio.

Personalmente sostengo, como hombre de fe católica, que un gran desafío a nuestra Iglesia es detectar la sensibilidad de la juventud que se siente representada por Íker, Villa, Iniesta y también Vicente del Bosque, para poder ofrecerle la mampostería que el catolicismo ha sido en nuestra historia: la Iglesia católica no sólo es Cáritas y la salvación individual espiritual, sino que, entre nosotros, ha sido y es una de las columnas principales de la nación española.

Sería también ocasión para que las evangelizaciones fuera y dentro de la Iglesia aceptaran realidades como el aplauso a “la Roja”, no sólo por salvar almas juveniles, sino también por demostrar que, como en tantas ocasiones, la Iglesia católica en España ha sido un factor de defensa y creatividad de lo que representa esta selección.

Entre tanto, analicemos por qué esta vez los triunfos deportivos nacionales no han hecho una parada en algún santuario madrileño.

En el nº 2.717 de Vida Nueva.

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