La revolución de la ternura

Sebastià Taltavull, obispo auxiliar de BarcelonaSEBASTIÀ TALTAVULL ANGLADA | Obispo auxiliar de Barcelona

“Amabilidad, mansedumbre, amor y ternura pueden definir muy bien un estilo peculiar que interpele y acerque a las personas…”

 

Son palabras del papa Francisco y con la invitación para implicarnos en ella. Quiere llevarnos a la comprensión del misterio más grande que celebramos en la Navidad y a la proyección de un año nuevo en el que experimentemos el rostro amable del Dios de Jesucristo que nos ama entrañablemente. Atendamos su invitación: “El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invita a la revolución de la ternura” (EG 88). ¿Quién ha de dar a conocer ese rostro tierno y amable?

El primero en hacerlo ha sido Jesús, quien ha dicho de sí mismo que “soy manso y humilde de corazón”. A partir de Él, nosotros, sus seguidores. Amabilidad, mansedumbre, amor y ternura pueden definir muy bien un estilo peculiar que interpele y acerque a las personas. Hacerlo propio será el resultado de la relación personal con Jesús en la oración y la Eucaristía, con los demás, en el trato acogedor, caritativo, tierno y solidario.

El papa Francisco dice que “el Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con la carne de los otros” (EG 88). La ternura hace descubrir la calidad extraordinaria de un corazón que ama y lo demuestra con gestos de humilde sencillez.

Se nos pide que seamos personas de trato fácil y cercano, que saben comunicarse de corazón a corazón, sin prejuicios, sin archivos que compliquen y paralicen, con una fuerte carga de empatía, comprensión y capacidad de paciente escucha. En definitiva, amar “tal y como” Jesús ama será la fuerza que provocará la revolución de la ternura.

En el nº 2.922 de Vida Nueva

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