La oración del ateo

ALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid

“… ayúdanos, ayúdame aunque sea en secreto. Pero que yo sienta pasar tu mano por mi frente, tu luz entre mis sombras, tu paz y tu esperanza cuando me desaliento…”.

Es admirable lo que me atrevería a llamar la discreción de Dios. No fuerza la libertad del hombre ni en la creación del Universo ni en la Redención de Jesucristo. Aunque está dentro de todo, el Creador no da la cara en nada. Y aunque las apariciones del Resucitado son de una evidencia insoslayable, no tienen un formato fijo, ni deslumbrante, ni imponente. Dios se propone, pero no se impone.

En este resquicio, acaso se podría insertar la oración del ateo –valga la paradoja–, que bien podría decir algo así: “Oye, tú, como quiera que te llames, ¿por qué no te aclaras? Si es que existes, no juegues al escondite, y hazte presente de una vez. Si eres tan poderoso, no te faltarían medios para montar un show, un espectáculo mundial, que demostrara tu presencia entre nosotros. Al menos, si eso no es posible, ayúdanos, ayúdame aunque sea en secreto. Pero que yo sienta pasar tu mano por mi frente, tu luz entre mis sombras, tu paz y tu esperanza cuando me desaliento”.

¿Y qué podríamos los creyentes hacer por los ateos? Pues imitar a Dios, que hace salir el sol sobre buenos y malos, como decía el Señor, y esperar, rezar y acompañar a todos como amigos y hermanos, dando testimonio con nuestra vida y nuestras palabras de que esperamos una vida mejor.

Dios no es un aguafiestas, que disfrute con nuestros sufrimientos para su gloria, sino la fuente de la felicidad, que quiere compartir con la humanidad, no solamente en el otro mundo, sino en este ya desde ahora, como anticipo. A pesar de sus trabajos y sufrimientos por el Reino, los santos fueron los más felices del mundo, como se puede comprobar por sus escritos.

De cuando en cuando, surge el prodigio de la conversión, desde san Pablo o san Agustín hasta García Morente o Edith Stein. Siempre ocurren milagros. Son ventanas por las que Dios se asoma para que no perdamos la esperanza ante nadie. ¡Ojalá se repitiera ante todos!

En el nº 2.800 de Vida Nueva.

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