La menor preocupación

(Pablo d’Ors– Sacerdote y escritor)

“He tenido que abandonar mi idea de Dios para que Dios apareciera radiante en las cosas. Cuando me libré de mi preocupación por sentir a Dios, empecé a sentirlo mucho más. En realidad, para sentir a Dios no hay nada peor que quererlo sentir”

Desde que supe que en la vida no había que buscar –sino sólo abrir los ojos–, las vicisitudes de la existencia han dejado en buena medida de inquietarme: ya no me importa tanto estar triste o alegre; no me importa triunfar o sucumbir. Me asusta decir esto, puesto que me parece que sólo un viejo podría afirmarlo; pero lo cierto es que nada de lo mío –mis cosas, mi historia, mi cuerpo, mis ideas…– me interesa ya grandemente. En la práctica, el miedo ha desaparecido de mi corazón para siempre, y una sonrisa inefable se dibuja a menudo en mis labios. Sonrío como respuesta a las cosas mismas, puesto que son ellas las que me sonríen. ¿Habéis visto alguna vez la sonrisa de una piedra, la de un árbol, la de una taza humeante de café? ¿Habéis visto sonreír a una sábana, a una pluma estilográfica, a una lagartija?

He tenido que matar todo lo que pensaba y creía para llegar a una sonrisa así. He tenido que abandonar mi idea de Dios para que Dios apareciera radiante en las cosas. Cuando me libré de mi preocupación por sentir a Dios, empecé a sentirlo mucho más. En realidad, para sentir a Dios no hay nada peor que quererlo sentir. Dios es muy reticente ante quienes buscan sus consolaciones antes que a Él mismo. Como he dicho muchas veces, Dios es la menor preocupación de mi vida espiritual.

En el nº 2.723 de Vida Nueva.

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