La laicidad nos acerca

Sebastià Taltavull, obispo auxiliar de Barcelona SEBASTIÀ TALTAVULL ANGLADA | Obispo auxiliar de Barcelona


Es para estar preocupado si pensamos que la situación actual nos lleva a un callejón sin salida. Hay quien la contempla con pesimismo y quien la vive con decepción. El problema proviene del culto a nuestro propio “yo”, cuando nos envenena la obsesión del poder. Sin embargo, en nuestra sociedad existe un patrimonio de bondad, que se consigue con honradez y humildad, con dar y merecer confianza, cuando todos aportamos al bien común lo mejor de lo que somos, hacemos y tenemos.

Hay que entrar, pues, en el corazón de la relación humana con sinceridad, con una intención limpia de colaborar compartiendo ilusiones y proyectos que edifican, que tienden puentes y ayudan a derribar muros. Así, una visión correcta de la laicidad incluye a todos; la exclusión y el descarte, propios de una actitud laicista, no llevan a ninguna parte. No vale decirnos a la cara “no te necesito” cuando es importante pensar que el otro es un bien para mí y yo un bien para él. ¿Cómo llegar a vivir el gozo de ser y sentirnos “pueblo”?

La laicidad positiva abre caminos de integración, permite profundizar en la sabiduría de las ideas, de los proyectos seculares y de las creencias. Desde ahí, es posible entender que el hecho religioso tiene algo que aportar, siempre en beneficio de todos, incluso de los que no profesan una fe o la ignoran. Así, la laicidad bien entendida y vivida, ciertamente nos acerca. El laicismo, en cambio, nos enfrenta, divide y dispersa. Pongamos inteligencia, buen corazón y buena cara y, porqué no, buen humor.

No permitamos que la vida de personas y pueblos rompan tan fácilmente con sus raíces más sagradas. Por ello, nunca excluir, sino incluir siempre. Como dice el papa Francisco, acompañar, discernir e integrar, una tríada aplicable a todos y a todo.

En el nº 2.991 de Vida Nueva

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