La hora de Pablo VI

“No fue reconocido ni apreciado ni por la progresía ni por la reacción católica española. Sin embargo, gracias a él, nuestra Iglesia se renovó”

papa Pablo VI

JUAN MARÍA LABOA, sacerdote e historiador

Desde muy joven, Pablo VI permaneció preocupado por la fractura entre religión y mundo moderno, y no podemos acercarnos a esta personalidad extraordinaria sin tenerlo en cuenta. “Habéis sido llamados a la libertad”, escribió san Pablo a los gálatas, y el pontífice dedicó su existencia a vivir y expresar la fe como libertad personal amorosa.

¿Cómo utilizar nuevos instrumentos para conocer el mundo contemporáneo, para conocer las realidades humanas y nuestra relación con ellas? El joven presbítero Montini afrontó la relación entre doctrina y pastoral en sus años dedicados a los jóvenes universitarios y reflexionó y dialogó con sus muchachos sobre el influjo de la cultura en la pastoral del momento.

Años más tarde, el diálogo de la fe con la cultura constituirá un tema importante y recurrente en sus homilías y encíclicas. “El hombre moderno piensa todo y duda siempre”, escribió en su época universitaria. Agustín y Pascal, dos de sus autores de referencia, le acompañaron en su itinerario de comprensión del ser humano. El tema antropológico constituyó una de las claves interpretativas del Concilio y también del Papa que lo encauzó.

Pablo VI fue muy consciente de las dificultades del hombre moderno y todo su pontificado consistió en tender puentes. “Dios se hizo hombre y el hombre contemporáneo tiende a ser Dios”, comentó en la homilía que cerró el Concilio. Conscientes de esta paradoja, el Concilio y Pablo VI buscaron presentar una Iglesia samaritana que acoge, escucha, se identifica y sirve al hombre. Para conseguirlo, este Papa quiso utilizar un lenguaje que fuera entendido por todos. A partir de él, el magisterio comenzó a expresarse sobre la doctrina cristiana de forma comprensible y en un contexto común a la humanidad, de forma que en muchos de sus textos consiguió precisar el contexto contemporáneo de la fe en el convulso ambiente intelectual y social del momento, introduciendo un acento que consiguió hacer vibrar los corazones humanos.

Pablo VI fue una persona y un pontífice dialogante, no porque olvidase su papel y su puesto, sino porque se colocaba al mismo nivel que sus interlocutores para buscar juntos la verdad. La Iglesia no dejaba de ser maestra, pero se revestía de su misión más congenial, ser madre de todos los hijos de Dios.

Los viajes del primer papa que estuvo en diferentes continentes son la manifestación más llamativa de la nueva situación: abandonaba la seguridad de la Sede romana para visitar las Iglesias y los países con el fin de conocerlos mejor, acercarse más y dialogar con ellos más espontáneamente y con menos intermediarios. En ellos encontramos algunas características propias del Papa: en la visita a Jerusalén aparece su marcado cristocentrismo, tan propio de su espiritualidad; su opción por la austeridad y la pobreza, manifestada en el abandono de la tiara y en sus palabras en Bombay y en América Latina; su rechazo de la violencia en Colombia y de las condenas a lo largo de su pontificado; su opción por el diálogo, la acogida, la misericordia a lo largo de su vida, en su decisión de conceder la secularización de los sacerdotes y no cerrar las puertas a Hans Küng, Lefebvre y tantos otros.

Pablo VI no fue reconocido ni apreciado ni por la progresía ni por la reacción católica española. Sin embargo, gracias a él, nuestra Iglesia se renovó, se puso al día, se despolitizó y acogió con entusiasmo el Concilio. Pareció que se le olvidaba, pero no fue así. Hoy, Francisco le recuerda y conmemora con afecto.

Publicado en el número 3.006 de Vida Nueva. Ver sumario

 


LEA TAMBIÉN:

Compartir