La habitación y la intemperie

(Pablo d’Ors– Sacerdote y escritor)

“Dios cambia según la habitación en que se le busque: el evangelio suena distintamente según dónde se lea. Pero Dios –el que conozco– no es habitación, sino intemperie; de ahí que sólo lo encontremos en los desplazamientos de una habitación a otra”

De haber tenido un hijo, mi preocupación habría sido cómo educarle en la vida interior. Cuando veo a mis contemporáneos, compruebo que de lo que mayormente adolecen es de capacidad de silencio y de gusto por la soledad. Sé por experiencia que sin soledad ni silencio no hay posible interioridad, de donde deduzco que mis contemporáneos –lo sepan o no– están privados de eso que llamamos vida interior. Sin vida interior no hay posibilidad de vida espiritual, eso es un hecho; y sin vida espiritual tampoco puede haber nada parecido a la religión. Así las cosas, estaría muy preocupado por cómo educar a un hijo en una sociedad como la actual. Debo decir que nunca he conocido a un hombre de Dios que no sea un solitario. No es para sorprenderse: el amor requiere de la intimidad con el Amado.

Cuando me voy de retiro, siempre me pregunto: ¿no es extraño que haya tenido que desplazarme tantos kilómetros sólo para hallar una habitación, sólo para conocer a un Dios distinto al que encuentro en la habitación de mi casa? Dios cambia según la habitación en que se le busque: el evangelio suena distintamente según dónde se lea. Pero Dios –el que conozco– no es habitación, sino intemperie; de ahí que sólo lo encontremos en los desplazamientos de una habitación a otra. En las habitaciones meditamos sobre el Dios de los desplazamientos; y mientras nos desplazamos no meditamos nada, zarandeados como estamos por el Dios que nos habla en los acontecimientos.

En el nº 2.715 de Vida Nueva.

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