La fe

PABLO d’ORS | Sacerdote y escritor

“La fe no es para mí asentimiento; ni siquiera es adhesión. Es la conciencia de que no me basto, de que dependo de Dios, y de que dependo del mundo y de los demás…”.

“Para usted es más fácil. ¡Como tiene fe!”, me dicen. No suelo explicarlo –dudo tanto de mi capacidad para hacerme entender como de la ajena para aceptar algo distinto–, pero pienso que, más que simplificar, la fe complica la vida.

En cierto sentido, yo viviría mucho más cómodamente sin Dios: sentiría menos responsabilidad; no me vería urgido a la búsqueda. No es que la fe sea simple y llanamente una molesta complicación, pero tampoco me aligera del peso con que se nos presenta la vida: los colores mortecinos, el desánimo, la involuntaria repetición de los mismos gestos, el simple cansancio…

Quiero decir que no creo que Dios sea la respuesta a nuestras preguntas. Ni siquiera el alivio, al menos sensible, a nuestras pesadumbres.

Él es más bien la pregunta que está a la raíz de cualquier otra pregunta y la que las desmonta todas. Es Quien hace el abatimiento más incomprensible, más intolerable.

La fe no es para mí asentimiento; ni siquiera es adhesión. Es la conciencia de que no me basto, de que dependo de Dios, y de que dependo del mundo y de los demás.

Creer en Dios supone saber que no soy autónomo ni autosuficiente; que, en realidad, nadie lo es. Saber esto, y vivirlo, es lo que puede hacer de un hombre un creyente.

No es que yo haya llegado a esta conclusión porque sea muy listo; ni siquiera he alcanzado esta sabiduría eligiéndola entre otras tantas posibles. Es ella la que me ha escogido a mí; yo, simplemente, pasaba por ahí. La fe es siempre una respuesta.

En el nº 2.789 de Vida Nueva.

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